martes, 29 de septiembre de 2015
Interino 16: El silencio de la primera vez
lunes, 21 de septiembre de 2015
Interino 15: Los veranos del interino
Los veranos de interino son como
cualquier otro verano. Buscamos una excusa para evitar el miedo a
septiembre, a la lotería del destino. Me muerdo el labio cada vez
que me marcho por la puerta de un instituto. No me gustan los
cambios. Lo mejor de los veranos de interino son las librerías de
los lugares a donde vamos. A. quiere ver Iglesias y cosas
importantes. Yo solo quiero pasar un rato entre los libros del lugar:
me acuerdo de una librería en Lanzarote, en Arrecife. Tenía viejos
libros ilustrados de la colección La Máscara. El dueño resultó
ser de Zaragoza. Nos enseñó la parta de atrás, su almacén. Era
una pequeña revuelta pasiva, conservaba ejemplares de la colección
Austral entre los montones de los libros de texto. Odiaba vender
libros de conocimiento del medio y de matemáticas. No le dijimos que
éramos interinos esperando el final del verano.
Recuerdo una librería en Cuenca en la
que buscaba San Camilo 1936 y acabé comprando un libro de artículos
de Francisco Umbral que no conocía. En la mesa de las novedades un
ensayo sobre la Patrulla-X y un libro de relatos celtas de Chesus
Yuste editado por Xordica. También había tebeos de la Guerra de las
Galaxias. Recuerdo pasar del FNAC de Callao a un puesto en el Rastro,
recuerdo Valderrobres boxeando en la medianoche. Recuerdo la librería
de Teruel, con Mario y una antología de poesía lésbica, con el
aliño de una biografía de Antonio Carlos Jobim. Recuerdo a Eugenio
en Alcañiz, recuerdo que cuando nuestro amor empezaba Eugenio nos
recibió en un parque de Barcelona. Recuerdo comprando cintas de
cassette en Gerona y recuerdo libros de ciencia ficción en Cambrils.
La belleza de plástico transparente de aquella librería junto a una
pescadería al por mayor. Recuerdo las miles de librerías que había en Salou y buscar contigo sus restos como arqueólogos desahuciados.
Recuerdo las librería de París, la de
Amsterdam y las de Bruselas. Recuerdo una librería que era una
Iglesia y un tienda de cómics de línea clara. Recuerdo la rabia
que me da cuendo veo tantos libros y no puedo leer ninguno. Recuerdo
una biografía de Eddy Merckx que me compré en Lieja. Olía tanto a
humedad que podría haberlo lanzado Roger de Vlaemink a la cuneta al
acabar la Paris-Roubaix. Hablaba de "El Caníbal" como de
una joven promesa. La biografía terminaba en el año 1966. No había
ganado todavía su primer Tour de Francia.
Yo te amé en Bruselas. Te amé porque
sabía que el final siempre está acechándonos. Te amé porque me
quitaste la muerte de la boca con un beso. Yo te amé en Bruselas, te
amé mientras Spirou nos miraba desde la ventana, te amé en Namur,
te amé en Huy. Te amé cuando rompiste frente a mí un pasaje a Las
Marquesas.
A la altura de mayo uno empieza a
contar los días: esto se acaba, chavales. Intento dormir y doy
vueltas una y otra vez en la cama. Me imagino bajo una lluvia ligera
en la última madrugada de la noche, cuando las luces de las farolas
reflejan la rabia de los recién despertados. Esta fiebre de vivir.
Tengo los dedos tan manchados de ceniza que no puedo darle al F5 y
volver a actualizar.
viernes, 18 de septiembre de 2015
Interino 14: Jóvenes en pie de guerra
Cuando vamos en rueda de coches pasamos
frente a muchos prostíbulos tristes. Casi es un epíteto, lo de la
tristeza en las whiskerías. Cuando trabaja en la SAICA, desde
Zaragoza hasta el Burgo de Ebro pasábamos frente a uno que se
llamaba El Euro. Los técnicos de laboratorio hacían bromas
contínuamente con el nombre y la calidad de los servicios. Los más
jóvenes tenían pinta de ser vírgenes. Y eso que el sueldo no era
nada malo por entonces. Entre Ateca y Calatayud hay un puticlub en
T. Siempre que paso es de día y está cerrado. Tan cerrado que
parece abandonado. A. me dice que en los pueblos los solteros
mayores no tienen muchas opciones. Algunos, me cuenta, bajaban
andando los domingos hasta allí. Euro, el Dólar, Copacabana.
La pereza del sexo de pago. Algunas
veces, muy pocas en realidad, todos los bares se cerraban y estábamos
demasiado lejos de la estación del Portillo, así que Sergio y yo
seguíamos bebiendo en los clubes de señoritas que había por la
ciudad. Recuerdo uno en la calle peatonal que unía Manifestación
con Prudencio. No había vicio, era simplemente ansiedad alcohólica y de conversación. Más bien alergia a la cama. A la casa vacía. Un
par de horas más tarde, con una ducha y mucho sueño, pasaba por
delante del Euro camino de SAICA. Todo era borroso. Yo vivía en un
piso viejo cerca de la calle Bretón, un piso muy grande y muy vacío.
Recuerdo que las cervezas de aquel prostíbulo eran caras y casi no
tenían gas.
Íbamos en rueda de coches, al
instituto, no muy lejos, menos de 100 km, un poco más, tampoco pasa
nada. Apretujados y somnolientos, el silencio era un bien preciado. A
veces veíamos a otros compañeros esperando su vehículo, el
vehículo de otros. La niebla en los huesos. Yo los veía y pensaba
en los clubes cerrados, en los clubes por cerrar y en cómo todos
terminábamos solapándonos: cuando trabajaba a turnos, me levantaba
a las cuatro y media e iba caminando hasta la Avenida Cataluña
recorriendo el centro de Zaragoza. Tocaba trabajar los sábados y los
domingos. Había noches que se convertían en mañanas por voluntad
propia. A veces esquivaba a conocidos que no me reconocían.
Como en un sistema de cama caliente
absurdo: las putas a la cama cuando se levantan los profesores.
Interino 13: El cocacolicas
Espero que salga A. en la puerta del
instituto. Hay máquinas expendedoras de refrescos y de café. Llevo
años enganchado al café de máquina. Desde la Facultad. Si no
tomaba un café entre primera y segunda hora me derrumbaba como un
tetraedro de carbono inestable. A veces nos metíamos un katovit a
media mañana y esos días eran los mejores: éramos capaces de
entender hasta los procesos de separación y las torres destilación
por módulos. Sigo bebiendo café de máquina y sigo esperando que
pasen las horas lo más rápido posible para volver a los tebeos y a
los discos. ¿Me quieres? Si me quieres debes de tener preparados 30,
40, 50 céntimos para invitarme. Café largo y sin azúcar. Espero a
A. y los alumnos de última hora salen como en una riada
incontrolable. Uno de ellos se para frente a la máquina, saca una
coca cola, se la bebe de trago y tira la lata a la papelera. Un
segundo después saca otra moneda de euro y se hace con otra lata. Se
da la vuelta y empieza a correr hacia los autobuses. Cuando trabajaba
en el turno de noche había compañeros que se sacaban dos cervezas
en la máquina antes de ponerse a trabajar, la primera se la bebían
mientras se cambiaban y la segunda en el camino desde el vestuario
hasta la máquina. El chico de la coca cola ya está subido en el
autobús, habla con su compañero de asiento mientras agita la lata
abierta. No quedará una gota cuando crucen el río.
martes, 15 de septiembre de 2015
Interino 12: El knight raven de mi madre
Son los primeros días del curso. Una
madre llega con un antiguo alumno mío. Me acerco a saludarlos y
pregunto qué tal le va. Duda sobre las asignaturas en las que
matricularse. Su madre lo mira arrobada. La brújula que necesita es
mastodóntica. Trato de echarles una mano: no cojas matemáticas,
mejor latín y griego. Se marchan. Madre e hijo. Hijo y madre.
Las tardes pasan rápido en el pueblo.
Veo series y programas subtitulados en el ordenador. Paso de de un
partido del Mundobasket del 2006 al tercer episodio de un spin-off de
Los muertos vivientes. Me detengo en Comic-Book Men. Es un programa
de telerrealidad ambientado en una tienda de tebeos. Compran y venden
libros, juguetes, muñecos y ediciones raras. Un tipo acude para
vender el Night Raven. Aquel jet de color negro que usaba COBRA,
los antagonistas de los GIJOE que se parecía muchísimo al que
usaba la Patrulla-X en los buenos tiempos de Claremont y Byrne. Unas
Navidades, volvíamos de casa de mis abuelos y al llegar a nuestra
casa, bajo el árbol, mis padres me habían dejado el Night Raven. Mi
madre, que siempre ha presumido que de niño me compraba los regalos
de Reyes en el Bazar-X sin que yo me diera cuenta, me hizo uno de los
regalos más alucinantes de mi vida. Sé que se resistió a
comprármelo -era un juguete muy caro, como aquel barco pirata de los
Famóvil o el batmóvil de los años ochenta, aquel en el que los
muñecos de DC llevaban capa, la misma época en que los Marvel de
las Secret-Wars llevaban un escudo, siempre- pero, me hacía tanta
ilusión...
Jugaba mucho con muñecos: Famóvil,
GIJOE, figuras de Star Wars, superhéroes...lo mezclaba en un
amalgado universo alternativo que ríete tú de la Tierra 2 o la
Tierra 666...todo valía, siempre estabas dentro. Las fuerzas del mal
no se iban a rendir nunca. El Knight Raven tenía el problema de ser
poco manejable, para las distancias cortas...pero ese juguete es un
instante absolutamente destilado de felicidad.
Llamo a mi madre, le cuento que me han
vuelto a renovar en la radio, que el comienzo de curso va a ir muy
bien. Luego me pasa a mi padre, habla rápido, no le gusta el
teléfono, como a mí. Hablamos del baloncesto, de la selección. A
veces, cuando estoy en el pueblo, cuando hablo con mis padres de
noche, un rato antes de irme a dormir, me pongo muy triste. A veces
uno querría coger el tiempo, darle la vuelta, empezar de nuevo y
poder después ir hacia delante. Me gustaría tener un reproductor
VHS mágico, una cinta de 90 minutos donde atrapar mi vida.
Interino 11: El club de fans de Diana
Me gustaba el Equipo A. A todos nos
gustaba un poco el Equipo A. Y V, también nos gustaba V. Las
lagartas nos ponían bastante cachondos. No sabíamos lo que era
estar cachondos, pero sí que sabíamos que Diana nos hacía sentir
diferente. Había gominolas que parecían gusanos. Las comíamos
colocándolas sobre nuestra boca abierta en horizontal y dejándolas
caer poco a poco a poco. Sin miedo a ahogarse. Yo comía pocas
golosinas. Mi madre me controlaba los dulces. Hacía bien. En el
Equipo A salía Mr.T que le había dado de hostias a Stallone en
Rocky. Era difícil distinguir al Stallone de Rocky del de Rambo.
Años después vi en la RTL, la televisión de Luxemburgo que
recibíamos por la parabólica, una película medio erótica
protagonizada por Stallone. Me gustaban mucho más las que pasaban de
ambiente tirolés. Todos tenemos comienzos complicados, sobre todo si
estás un poco gordo. O mucho.
George Peppard y su puro. En el Equipo
A se disparaban mil millones de tiros y nunca mataban a nadie. En
realidad en el Equipo A nunca pasaba nada. Era una historia circular
que te volvía loco. Mr. T llegó a ser un personaje de dibujos
animados. En los títulos de crédito ponía que Mr. T hacía de B.A
Barracus. Luego en el doblaje español lo llamaban M.A. Nunca entendí
el porqué del cambio. Debería preguntárselo a alguna compañera
del departamento de inglés.
Dirk Benedict era el guapo del Equipo
A. La gente lo conocía por una serie anterior: Galáctica. Solo me
acuerdo del primer episodio de Galáctica. Tenía unos pocos cromos
heredados de mi primo David. En el primer episodio hay un ataque y
solo sobreviven unas pocas naves humanas. Unos cuantos años después
hicieron un remake y vi con ilusión las primeras temporadas. Me
resistí a ver el remake del Equipo A. Diana me ponía. Mucho. En V
salía Robert Englund antes de ser Freddy Kruger. A veces confundo al
jefe de la resistencia de V con el actor que hacía de McGyver. Veía
V en casa de mis abuelos. Debían pasarla el sábado por la tarde.
Jugábamos mucho a V y leíamos la Teleindiscreta porque adelantaba
los capítulos que estaban por venir. Todos queríamos estar en la
resistencia aunque la estética fundamentalmenta fascista de los
invasores lagartos resultaba inquietantemente atractiva. Hubiera
vendido a mi planeta, a mi gobierno, a la Tierra entera por Diana.
Sigo estando dispuesto.
domingo, 13 de septiembre de 2015
Interino 10: Solo te pedí un cigarrillo
A veces las únicas cuestas que valen
son las que no puedes dejar de subir. En la ciudad había hambre de
cerdo y lágrimas de alquitrán. A. no quiere estar desnuda frente a
la ventana que da al abismo y yo sigo ahogado por la adicción mal
curada. Javier y Antxon, como dos gemelos de Kollwitz envían
señales desde el pasado. No hay abonos para las vistas que se han
perdido. Compro en la tienda del museo un pequeño monográfico
sobre los tebeos en la España de la Transición. A veces extraño
volver a tener entre mis manos el primer número del Víbora o el
especial que publicó el Jueves unos días después del golpe de
estado del 23F. Los tebeos eran de mi tío Rafa y mi abuela los
guardaba -más bien los ocultaba- en el armario de la plancha. Había
historietas de terror eróticas. A las vampiresas se les veían las
tetas, pero nada más. Tetas y tetas. Eso sí que me interesaba.
Cuando llego a Anarcoma doy un paso atrás. Demasiadas historias
confusas.
Hambre de cerdo y vino en las
comisuras. Le cuento a A. que leía Viaje a la Alcarria las tardes
de los viernes en clase de plástica. Tenía voz de rapsoda y poca
mano para las fiestas. En los cuadros hay estornudos de Saura que
amenazan con desnudar a mi mujer. Pienso en el cuello arrugado, el
cuello de gallina de Brigitte Bardot, pienso en Enrique dominando con
mano dura Sol de España. Pienso en Francisco Umbral trasegando coñac
con Raúl Cimas mientras hacen tiempo para el concierto de Esplendor
Geométrico.
Tumbado en la cama del hotel veo
Cementerio Viviente en la televisión de plasma. No hay subtítulos,
pero la muerte siempre sabe encontrar su lugar hasta el cerebelo. Me
da vergüenza estar viendo esta película en Cuenca, me da vergüenza
no buscar un escondite donde fumar cigarrillos de anís. Por la
ventana se dibuja una garganta que no es la mía, un rescate en
helicóptero, el goteo del agua dulce, la mentira romana, el queso
curado.
Saltar y quedarse colgado. Amar y no
dejar nada colgado. Besar tus lóbulos y disfrutar del espectáculo
colgante.
miércoles, 9 de septiembre de 2015
Interino 9: David y Claudia
En algún momento de tu vida tienes que
volver a Uri Geller. Todo el mundo recuerda dónde estaba la primera
vez que salió por la televisión, la original, la de José María
Iñigo. Íñigo y su pelucón. Calvo como solo pueden estar las
estrellas de la televisión. Iñigo con traductor y Geller, judío y
zahorí enmarcando en la memoria un simple momento de magia. España
detenida frente al televisor con una cucharilla de plata, un reloj
estropeado. Félix Romeo frente a la televisión soñando con los
dibujos animados. Años después volvió Uri Geller al a televisión.
Mi padre acababa de comprar uno de los primeros vídeos VHS, de cinta
grande. No había manera de poner el reloj en hora. En aquella época
poner la hora del reloj era una misión casi tan complicada como
programar la grabación de una película. Uri Geller era amigo de
Michael Jackson. Lo decía Iker Jiménez. Era el Un dos tres, la
segunda vez de Uri Geller, mi padre y yo frente al televisor. Mi
padre creía, yo creía en mi padre, en la segunda venida de Uri
Geller. El vídeo sin hora, las cucharas en ristre, no habían
terminado los ochenta.
El abuelo de uno de mis alumnos es
zahorí. Me lo cuenta Ana en el autobús camino de casa de mis
padres. Lo hemos tenido en clase los dos. Un chaval repetidor,
agotado adolescente abúlico. Pero su abuelo encuentra agua con un
simple palo. Eso es magia de verdad, no como en las novelas de a
duro. Yo le cuento a Ana que Uri Geller buscaba petróleo para las
compañías árabes. Era un ciudadano del mundo. Lo detectaba, como
el abuelo de nuestro alumno con los acuíferos. Ana me dice que pagan
muy bien por encontrar pozos de agua dulce. Quizá nuestro alumno
haya heredado alguna de las dotes de su abuelo. Sería un futuro
mejor que los libros. Cuando pienso en Uri Geller pienso en Félix
Romeo y en mi padre. A veces no es más que ilusión. Hay que creer
en algo. También me acuerdo de aquella canción de los Planetas,
David y Claudia. ¿Qué harías si fueras el mago más poderoso sobre
la tierra? Hechizarías a la mujer más deseada del mundo. Era una
buena metáfora. Tan buena que era de verdad.
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