David Salas tiene el humor y la afición por la sodomía de Cohen, la
sapiencia de David Liquen, el desorden -con mucha gracia, eso sí- de
Rodrigo Fresán. David Salas sabe buscar entre tus nalgas como un
Julio Iglesias desatado, tiene más peligro que un colombiano con una
tiza un sábado a las tres de la mañana. David Salas tiene el
deslenguado gusto para la rima guarra en consontante (ripio, lo
llamarán los ignorantes) de Jaime Ocaña. Filósofo oriental de
andar por casa (como el gran Sánchez Dragó), es adicto al litio, a
las aspirinas y seguro que también al Ajax Pino. Tiene el colmillo
afilado (a pesar del desgaste de años agarrando y succionado de
bellos cuellos), la tripa inexistente, el gato con nombre de Bicho,
analógico en su impericia no sabre programar un vídeo (así que
nadie pida cajas de ritmo o electrónica). David Salas le ha metido
mano a la muerte y se ha dado cuenta de que no lleva bragas. Maneja
las rayas del diamante, las de la camisa y las de los pantalones,
también, claro, las de la farlopa (¿de qué estábamos hablando
ahora? ). Arriba y abajo, campeón, como Miguel Ríos cantando la
Huerta atómica, como el Bob Dylan de los pobres. ¡Galán! Le dicen
por los pueblos de Aragón...porque David (que nunca será del
viento, que eso es de horteras) es caliente, cachondo, canino,
cabestro y, a veces, un poco Malo.
Haremos alguna tonada, unos versos de Salas con Luis Cebrián al toque.