El próximo sábado se cumplen diez años de la muerte del compositor Mauricio Aznar. Un bardo lúcido que enhebró canciones hermosísimas que permanecerán durante generaciones y que siempre dibujó sus sueños con paletas coloristas que obviaban los extremos. Muchos de nosotros no pudimos contemplar los demoledores directos de "Mas Birras" pero conocemos su obra a través de viejas cassettes de noventa minutos, rebosantes por las dos caras y escuchadas una y otra vez, sabemos del impacto que su música tuvo más allá de las fronteras de la región y, a veces, nos queda la sensación de no haber conocido a "la banda que pudo reinar". Para mí sus canciones hablaban de la existencia condensada en unos pocos minutos, de la carretera -leíamos a Kerouac, lo leía todo, "Los Subterráneos", ésa era la vida que yo quería para mí-, Zaragoza como escenario para la mitomanía, las chicas guapas, las que nos hacían caso, dejarlo todo, con prisas, con el hambre atrasada. Líder de una promoción que fue demasiadas veces cegada por las inconsciencia primero y después por la apatía que traen las revoluciones no consumadas, Mauricio Aznar escapa de los tópicos para quedar en el recuerdo como un amanuense de canciones sublimes, un intérprete emocional que no se cerró a estilos ni talibanismos para entregar una obra que, como siempre que uno es un grande, resulta escasa para sus seguidores. No creo necesario enumerar aquí sus éxitos, más bien es un recuerdo para esa generación perdida, que quiso devorar la vida sin darse cuenta de que la vida podría volverse peligrosa. Como Sergio Algora unos pocos años después, la voz de Mauricio elevó lo cotidiano, lo cercano, a la categoría de arte.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón de jueves 30 de Octubre de 2010