Alguna vez he hablado en esta columna del “Síndrome Escartín” para referirme al ninguneo premeditado que sufre nuestra región por parte de Madrid. Fernando lo intentaba, pero al final siempre era el decepcionante Abraham Olano el que captaba toda la atención mediática. En Aragón hemos perdido la cuenta de las hectáreas convertidas este verano en cenizas, la cifra es diez veces mayor que en Las Canarias, lugar en el que nuestro presidente desembarcó, con su mejor mueca de interés —y yo estoy seguro que llevaba el bikini debajo del traje oficial— y dispuesto a imponer las manos salvadoras del Estado. Y nosotros por aquí, apretando los dientes y viéndolas venir. Quiero que quede claro que mis palabras no buscan hacer saltar la chispa —no sé si estoy siendo genial o un ababol con la imagen— de la insurrección civil, sólo reclamar algo de la atención perdida durante años y años de vasallaje y cheques en blanco de nuestros sucesivos gobiernos regionales. Mientras el incendio de San Gregorio se convertía en el más estruendoso final de fiesta del verano zaragozano —los petardos y la pólvora se notaban hasta en la Almozara—, me imaginaba a mi amigo David utilizando El Imperdible —el bar con más poesía por metro cuadrado de Aragón— como refugio post-apocalíptico mientras en las afueras de Remolinos se oían explosiones y el lametazo del calor recordaba la onda expansiva del hongo atómico. No es por ponerme trágico, más bien se trata de reducir al absurdo la situación. ¿Alguien ha visto a la ministra Chacón por aquí o es que yo me despisto entre las nuevas melenas de los militares? Al final va a ser eso lo importante, retomar el “look” de Ásterix como maniobra ejemplarizante del aperturismo del ejército. Siempre acabamos llegando tarde a las modas, hasta a las de las películas de romanos.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 26 de Agosto de 2009