No nos pongamos demasiado cursis, que fuera domingo por la noche, las velas encendidas, la primavera recuperada, el vino a pequeños sorbos, la poesía…no, nada de eso, unos cuantos amigos reunidos en torno a sus versos, los de los demás, las guitarras, las proyecciones, una calabaza y tres o cuatro referencias ineludibles (José Luis Cuerda, Luis Buñuel, Perico Fernández, Ángel Cristo o David Giménez). Última entrega de los recitales organizados por Juan Luis Saldaña y la II Muestra de Popyrock y Otros Rollos en la Campana de los Perdidos. Las penúltimas hornadas, nacidos en el 78 —curiosamente todos a excepción de Ana Muñoz—, fanzineros, roqueros, profesores, comunicadores, mil especies que confluyen en un atril, una luz tenue y el verbo fácil del que sabe que las palabras no pueden quedarse sólo en los libros, que pide un extra, una pérdida del miedo a lo académico…en realidad, la militancia. Abrió el fuego Juan Luis Saldaña, sin afeitar, orientalizando, llevando bien fuerte el aura de negativo perdido de un fotomatón, zombies, boxeo, el gracejo habitual del que ofrece y abraza, una vez más, la militancia. Después Ana Muñoz, guapísima, con los dedos todavía tibios de guitarras acústicas y lametazos de clarinete, leyó a Lorenzo Oliván, a Jorge Boccanera, a las poetas rusas de nombres impronunciables, liviana en las anécdotas interpretó una declaración de lírica filial inédita absolutamente hermosa en su cotidianidad. Enrique Cebrián cada vez más suelto, tiene muchos libros entre manos, una pluma contenida, lecturas abundantes, amor por Zaragoza, por las formas femeninas, por el reguero que deja la amistad entre las calles sucias después de una noche de juerga. Carmen Ruiz y su falda de tubo imposible, embriagadora en su letanía, cercana como una actriz del free cinema, respaldada por una poesía que se desborda a cada minuto. Desde lo más profundo de la región llegó la Europa del Aborigen: Víctor Guíu en el micrófono, Pedro Mata en la imagen y Víctor Monzón en el clarinete y los loops. Poesía colectiva en mutación constante, de la aridez buñuelesca a la intimidad de los momentos atrapados en el polvo. Fue una revelación, dentro de un escenario tan adecuado como el de la Campana de los Perdidos, la presencia de La Europa del Aborigen, sincréticos (que no sintéticos) e impactantes. El cierre, con poemas de Ana Lacarta y de nuevo Carmen Ruiz, con los 50 sentimientos de David Giménez desde Remolinos, con los Experimentos in da notte en plan generacional y, como no podía ser de otra manera, si uno entiende por poeta el que hace magia con las palabras y la música, Luis Cebrián, el más grande de todos, de la nasalidad de Dylan a la pasión de las canciones hermosas. La militancia, la militancia….
Foto de Gustaff Choos
Gracias a Pati, Sole, Ana, Chus y todos los que se acercaron...