Creo que todo el que sigue este blog con una cierta frecuencia conoce mi afición por la ciencia ficción y el terror (en su vertiente monstruosa, claro). Estos días he vuelto a los clásicos, al magma primordial, libros que son un sustento para la imaginación a pesar de que tengan un barniz de futurismo trasnochado. Porque son historias hermosísimas, construidas por literatos que desprenden magia sobre el teclado y levantan tu ánimo en cualquier momento. Arthur C. Clarke, como Stanislav Lew o Philip K. Dick, con su obra extensa, con sus mentes abiertas, siempre son nutritivos (me doy cuenta releyendo la entrada que parece esto un manifiesto escrito por el Aviador Dro más radical, sólo falta el mercurio y la ciudad en movimiento). La ciudad y las estrellas es uno de esos libros, tiene una parte central adictiva, un planteamiento clásico y un final que pivota entre lo filosófico y lo moral. Un libro de esquinas gastadas, de biblioteca, un libro que ha ha pasado por mil manos antes y que pasará por otras mil después, salvaguardando, como una computadora analógica, su oasis proyectado. No tengan miedo, la ciencia ficción les hará libres.