En estos últimos días he leído, siempre por devoción, el último libro de Miguel Mena, "Todas las miradas del mundo". Ambientada en el verano de 1982, el del Mundial de Naranjito, la novela es un caleidoscopio acertadísimo de la España de la colza y los quinquis, de los años de plomo, de la primera crisis económica democrática. Años históricos de una España que mete bajo la alfombra cientos de kilos de polvo acumulados en los estantes durante las décadas anteriores. Yo tenía cuatro años y no sabía que la ultraderecha se había envalentonado con el intento de golpe de estado del 23F, ni que una canción de Radio Futura, La estatua del jardín botáncio, definía la música moderna en España. ETA, alimentada a base de maquetos asesinando como talibanes:¿cómo se puede generar semejante odio absurdo con el consentimiento de las autoridades, los departamentos de educación? El asesinato del director de una central nuclear o las amenazas por la construcción de autopistas...van más allá de una lucha contra las fuerzas invasoras, es un desarrollo revolucionario más cercano a Pol Pot. La izquierda de la época, anti-todo (de entrada, claro), que comenzaba sus décadas absolutistas, del GAL a la corrupción, del “Antenicidio” a la añoranza del Muro de Berlín. La colza, aceite adulterado que proviene del uso industrial y que, sometido a una serie de productos se vendió en garrafas, de pueblo en pueblo, provocando 300 muertos. El último latigazo de la España "de las Hurdes", tierra sin pan, picaresca mortal. Hoy tenemos marcado UE pero se retiran tortellini rellenos de caballo y aún nos da miedo comer pepino, seguimos viendo cómo el Che sigue su proceso de canonización y nuestro presidente está embarrado hasta arriba de sobres y mentiras. Solo nos faltaría descubrir quién era el "Elefante blanco" y que nos llevemos una sorpresa.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del jueves 21 de Febrero