Hace unas semanas apareció el libro de fotografías Loquillo Rock&Roll Star, editado por Martínez Roca. Tres décadas de estampas del rockero del Clot, una presencia magnética, una potencia visual absoluta recogida en sus páginas: Desde sus comienzos de punk-rocker enamorado junto a Sabino Méndez, definiendo el concepto de ciudad sumergida; junto a Gabriel Sopeña, incendiando de poesía electrificada los escenarios y en los últimos años, a la diestra el desaparecido Guillermo Martín, a la siniestra el dandy Igor Paskual, admitiendo su gusto por las formas clásicas, incisivo en la apuesta por el rock mediterráneo a la manera de Johny Hallyday. Aristócrata máximo del rock español, aristócrata sin título, chulesco, charnego, cosmopolita, la presencia mediática de Loquillo es imprescindible para entender una suerte de rebelión cívica activa: desde sus raíces de republicano militante ha sabido mantener un punto de distancia frente al nacionalismo en Cataluña, negro sobre blanco, cuando los biempensantes y políticamente correctos mantenían un silencio culpable. El gran bocazas, como cantaban los Smiths, atacando una y otra vez. Buceo entre las páginas de Loquillo Rock&Roll Star y descubro estampas de angry men junto a Luis Alberto de Cuenca, la reivindicación claroscura de la obra de Truffaut, vencedores en una revuelta que terminó antes de comenzar. Loquillo, que siempre amenaza con pistolas descargadas, cada vez más cerca del tango que del ruidismo, del crepúsculo que de la alta madrugada. No hay nuevas olas cuando has contemplado mil veces el mar. Yo te saludo, Loco, gracias por enseñarme el camino. Y a posar en las fotografías.
Columna apareciada en el Heraldo de Aragón, en el suplemento Artes y Letras del 13 de diciembre de 2012