Me mandaron a aquel campamento en
Samper. Un sitio del Pirineo. Nunca me he puesto a buscar dónde
estaba exactamente. No fueron mis mejores días, la verdad. Uno puede
encontrar buena gente en casi cualquier lugar, pero no era eso. Había
dos casas en Samper. Una grande, donde dormíamos y otra más
pequeña, Samper grande y Samper Chiqui. Lo de Chiqui es cierto. Era
habitual que a los alumnos de Marianistas nos mandaran allí de
campamentos. Mis padres me enviaron esperando que pasara un buen
rato, que hiciera amigos. En la Samper Chiqui desayunábamos,
teníamos unas taquillas para guardar nuestras cosas. Creo que
también estaban las duchas. O quizá nos duchábamos fuera. Era
verano. Estábamos en el campo. Me aburría mucho, muchísimo. Era el
verano de 1988 y los Ángeles Lakers se enfrentaban a los Detroit
Pistons en la final de la NBA. Los Lakers ganarían aquel título a
los Bad Boys que los arrasarían al año siguiente. Pero en el 88
todavía estaba Magic, Byron Scott, Whorty, AC Green y Karem. Abdul
Jabbar, 2'18, el gancho del cielo, Aterriza como puedas. Karem y el
puño en alto. Yo pasaba todas las horas que podía en la biblioteca
de Samper grande. Había unos tebeos encuadernados en las
estanterías. Parecían enciclopedias, pero en realidad sus páginas
estaban llenas de ediciones completas del DDT y del TBO. Eran muy
antiguas, pero allí estaba yo, escondido, leyendo tebeos en el
verano de 1988. Esperando que pasaran los días. Todos corriendo
arriba y abajo, como sioux de saldo, jugando al fútbol, tirando
piedras al río. Yo encerrado en una sala oscura, leyendo historias
de la Familia Ulises, Don Pío, Agamenon, los inventos del TBO. Ya
eran antiguos entonces. Mientras, Karem la recibía de Michael
Cooper, elevaba el brazo derecho y adentro. Bill Laimbeer solo podía
mirar. Al año siguiente comenzaría la modernidad. Sacadme de aquí,
por favor.
lunes, 10 de agosto de 2015
Interino 7: El canon del menudeo
Caminamos entre los puestos del rastro
de L. suena una y otra vez la campana de la catedral, encima de
nosotros, rasgando el tiempo a deshora. Los puestos acumulan restos y
zarrios: móviles de hace un millón de años, pantallas rotas,
baterías con las venas de mercurio rasgadas, discos de vinilo de
zarzuelas que se resquebrajan entre mis manos.Raros, moros, gitanos
con guitarras afinadas, carnets oficiales, altavoces llenos de
promesas semanales, cartillas de lectura de la EGB, un trombón,
manojos de llaves que abren puertas que ya no existen.
Los mismos libros de siempre: Juanjosé
Benítez, la colección de Best Sellers Planeta donde leí La Amenaza
de Andrómeda, la de RTVE con las portadas naranjas y las hojas
amarillentas y acartonadas, las ediciones de Círculo de Lectores, el
miedo que pasé leyendo los libros de Mundo Desconocido, Vizcaíno
Casas, Vázquez Montalbán, las mismas caras de las mismas monedas.
Encuentro un mechero conmemorativo del
Mundial del 98. El día de la final del mundial 98 estaba en Teruel,
en la Vaquilla. El año anterior también había estado en la
Vaquilla. El día que mataron a Miguel Ángel Blanco. A veces las
fechas se te agarran como una garrapata y es imposible arrancárselas
ni con vitriolo. Disco sorpresa de Fundador vs juegos de la
PlayStation 1 sin caja. ¿Qué marca el límite entre lo antiguo y lo
muy antiguo? Nos falta darle academicismo a la quincalla.
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