Caminamos entre los puestos del rastro
de L. suena una y otra vez la campana de la catedral, encima de
nosotros, rasgando el tiempo a deshora. Los puestos acumulan restos y
zarrios: móviles de hace un millón de años, pantallas rotas,
baterías con las venas de mercurio rasgadas, discos de vinilo de
zarzuelas que se resquebrajan entre mis manos.Raros, moros, gitanos
con guitarras afinadas, carnets oficiales, altavoces llenos de
promesas semanales, cartillas de lectura de la EGB, un trombón,
manojos de llaves que abren puertas que ya no existen.
Los mismos libros de siempre: Juanjosé
Benítez, la colección de Best Sellers Planeta donde leí La Amenaza
de Andrómeda, la de RTVE con las portadas naranjas y las hojas
amarillentas y acartonadas, las ediciones de Círculo de Lectores, el
miedo que pasé leyendo los libros de Mundo Desconocido, Vizcaíno
Casas, Vázquez Montalbán, las mismas caras de las mismas monedas.
Encuentro un mechero conmemorativo del
Mundial del 98. El día de la final del mundial 98 estaba en Teruel,
en la Vaquilla. El año anterior también había estado en la
Vaquilla. El día que mataron a Miguel Ángel Blanco. A veces las
fechas se te agarran como una garrapata y es imposible arrancárselas
ni con vitriolo. Disco sorpresa de Fundador vs juegos de la
PlayStation 1 sin caja. ¿Qué marca el límite entre lo antiguo y lo
muy antiguo? Nos falta darle academicismo a la quincalla.
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