Estoy vigilando un examen de ecuaciones
durante una de mis guardias. Aprovecho para leer un poco de Fernando
Sanmartín. Hay una frase que me gusta, la apunto: "Es absurdo
olvidar a Sartre. Pero hay algo mucho peor: olvidarse de cómo era
uno cuando leía a Jean Paul Sartre". Recuerdo una obra de
Sartre, A puerta cerrada. Me gustó mucho la primera vez que la leí
en la pequeña biblioteca que había al lado de casa de mis padres.
Era una biblioteca minúscula, había muchos tebeos, antes de Sartre
estuvieron Lucky Luke y Asterix y también algunos más extraños,
como aquella serie de un jugador francés que fichaba por el
Barcelona que se llamaba Eric Castel. Yo las leí unos cuantos años
después de que se editaran originalmente. Tenía una estética de
los setenta, una mezcla entre Johan Cruyff y Frank Beckenbauer mucho
antes de existir Platini. Y también me leí completas las aventuras
de Iznogud, un curioso personaje que vivía en la época de los
califatos. Caracterizado como un válido de un Califa más preocupado
por la gula y lo sensual, el Bagdad que aparece en los álbumes daba
lugar a mil historias distintas. Muchos años después, Ana me
enseñaba alguno de los dibujos que hacían en las peñas de Ateca
durante las fiestas. Una de las pegatinas de finales de los ochenta
llevaba una especie de adaptación de aquel Iznoud con su mal humor
perenne. Además de tebeos, años después, leí aquella maravilla, A
puerta cerrada se llamaba. Estuve buscándola por Zaragoza, pero no
había manera de encontrar ninguna edición de aquella pieza teatral.
Cuando se lo comenté a mi padre me dijo que la habían representado
unos cuantos años antes en la Escuela Oficial de Idiomas donde
estudiaban tanto mi padre como mi tío. Recordé haber estado entre
el público, en una representación de teatro leído, un niño muy
pequeño, viendo como mi tío y mi padre, junto a otros compañeros,
emulaban a los fantasmas más oscuros del existencialismo. Recuerdo
que mi tío llevaba una boina negra. Hay gente que termina siendo
concejal en el Ayuntamiento que defiende el robo de libros en
librerías y grandes superficies. Entiendo que no está incluido en
primero de corsario hacerlo en una pequeña biblioteca pública.
Curisosamente cuando viajé a Buenos Aires para trabajar en la
Universidad con una beca, prácticamente en la primera librería de
Corrientes en la que entré, entre los montones de saldo, había una
edición española. Había muchos ejemplares. Me compré uno para mí
y un par más para regalar. A veces pienso en volver a Buenos Aires.
Sueños que se cumplen en la primera esquina. Imagino un mes en un
barco. Mareado, muy mareado. Volver a entrar en el Tortoni y que
todos los fantasmas del barrio sigan allí, esperando, con el mate
listo. Jean Paul Sartre con los años me ha aburrido mucho. Sus
ensayos políticos tienen el tufo rancio del que buscaba culpables en
todos los sitios menos bajo su propia silla. Pero la verdad es que,
si lo pienso, sigo sintiendo una simpatía absoluta por quien era yo
cuando leía a Sartre o todavía más por quien era yo cuando buscaba
obras de teatro entre los libros baratos de las librerías de Buenos
Aires.
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