Leo La vida de los libros de José Luis Melero, editado por Xordica en estos últimos días de la década —qué lejos parecía este día, qué rápido han pasado diez años—, un texto que recoge las columnas que Pepe Melero —espero sepas disculparme, pero al escribir José Luis me siento raro— ha ido publicando en el suplemento Artes y Letras de este mismo periódico. En ellas rebosa la pasión de su autor por la literatura como reflejo de la vida, de los libros como continentes de las sensaciones más puras. Hay libros que son tan hermosos que duele, duele leerlos, duele saber que uno nunca será capaz de escribirlos, duele que haya personas que, por desconocimiento o abandono, no lo tendrán nunca en sus manos, libros como éste, libros como “Piedad” de Miguel Mena, libros donde la vida alcanza su metamorfosis en palabras y tinta. Melero abre su cuarto de estar, su biblioteca, comparte contigo la electricidad mínima que uno siente al pasar sus dedos por los lomos de cada uno de sus volúmenes, desgrana un discurso valiente, político, emocional, con la coherencia tímida del sabio, habla con contundencia y pasión —qué hermosa y terriblemente actual la columna “La cólera de Foz”. Yo sigo creyendo en los libros como herramienta de paz, de placer, de compañía, como sucedáneos imprevistos de las cartas manuscritas que perezosamente evitamos. Hace unos días se presentaba en Zaragoza la primera entrega de los Libros del Señor James, otra aventura editorial valiente, llena de la misma ilusión que sentimos al acariciar un single de vinilo, al momento único de descubrir en un antología olvidada un relato que no conocías o encontrar una vieja película de serie Z en un canal extraño a altas horas de la madrugada. Con el comienzo del año tratemos de seguir la premisa de que cada día es el primero de nuestra vida, nuestra vida llena de libros, de columnas, de gente.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 31 de Diciembre de 2009