domingo, 24 de enero de 2010

Reseña El Largo Viaje (King of Patio) de Volador


Volador nos entrega su disco definitivo, un disco de largo recorrido, pausado y reflexivo, cuidado hasta el detalle por la banda zaragozana. Después de varias maquetas y dos notables LP´s, revisan su trayectoria desde la perspectiva de la madurez y el sosiego, recuperando temas antiguos, revisando sus arreglos, actualizando el sonido y combinándolo con nuevas composiciones. Un disco pulcro, compacto, un disco que recoge la herencia del romanticismo bien entendido de los ochenta (pongan aquí Golpes Bajos o La Dama se esconde) con las últimas escuchas de alta graduación emocional (Rufus Wainwright, el primer Iván Ferreiro).El disco se abre con Lejos de la Tristeza, inequívoco sonido Volador, rock emocional para dejar claras las pretensiones, El Largo viaje despunta en las cuerdas, amaga con el sabor de las guitarras acústicas, remite de Nacha Pop y se sostiene sobre perlas de piano, con Princesa y espina, el teclado épicamente ochentero reabre el cajón de los clásicos, con un tema luminoso de aquel primerizo Trozos de Amor y Otras Miserias, más agresivo es El último abrazo, sangrante, arriesgado, de estribillo perfecto. De estrellas y rosas tiene un contenido tono épico y Una Maleta pivota entre el pop estándar y los arreglos orquestales de manera natural, un tema perfecto para el directo. Con El Año del Dragón muchos volvemos a otros tiempos, cada vez más inocentes, hoy, escuchando esta canción de Trozos de Amor y Otras Miserias, empiezo a entender que uno no sabe si ha perdido el tiempo o ha ganado años de vida. Sigue siendo una de mis favoritas, habrá que seguir escapando de estos días extraños. Vienen y van era posiblemente el mejor tema de los que aparecía en el recopilatorio Natural de Aragón, aparecido hace unos años bajo el auspicio del colectivo Planeta Aragón, en él Volador extienden toda su potencia eléctrica sin complejos, de la elegía urbana a la eternidad del cielo abierto, frisando lo apocalíptico, dulcemente esperanzador. Abre las puertas es la revisión más lograda de los temas clásicos, consistente, de esos que funcionan a todos los niveles, desde la letra hasta la melodía. La duda trae un aroma de rock latino, lastrado por un exceso de arreglos, esta canción podría funcionar de maravilla sin tanto exceso instrumental detrás. Siempre me gustó El Día de la Suerte Mundial, esta vez toma un levísimo aroma funky para completar el aura de ensoñación emocional que lo acompaña. La Flor del Mal es un tema nuevo, donde Volador nos ofrece su reverso más tóxico, un final (en realidad casi un final, el viaje es largo, compruébenlo ustedes) oscuro, de lo mejor del disco, enfebrecido.

Como siempre el elegante tono vocal de Antílope raya de manera sobresaliente, sobrado de espíritu y actitud y una banda sólida detrás, con una sección rítmica exquisita, pide escuchar estos temas en directo. Ahora o nunca, sin perder el sello indeleble de una banda coherente, siempre Volador.

Luces de Bohemia de Valle-Inclán (Teatro del Temple)



El montaje de Luces de Bohemia perpetrado por el Teatro del Temple es sobresaliente. Los personajes que se multiplican, ramificando todas las vertientes sociales, ahondando en la miseria, el humor, lo desquiciado, mostrando una y otra vez destellos imposibles y grotescos, la escenografía sobria, de cascabeles y esquemáticos arquetipos, de duermevelas peligrosas y auroras sin esperanza. Luces de Bohemia te devora, arrastrándote hacia la reflexión continuada, trepidante en sus formas, la sombra alargada de la desdicha te atrapa y hace enmudecer. A la impresionante actuación de Ricardo Joven en el papel de Max Estrella (y el Marqués de Bradomín, claro) no desmerece en absoluto Pedro Rebollo como Don Latino de Hispalis, en un registro complejo que sostiene la obra, permitiendo un salto cualitativo, complementario, absoluto. Luces de Bohemia actualizada en su clasicismo, contemporánea por la realidad del esperpento que sigue alimentando las más altas esferas y las más cochambrosas cloacas españolas, Luces de Bohemia, aparatosamente real, sensitiva en lo abstracto, maravillosamente terrible. Acompañen al Teatro del Temple, en la siguiente esquina encontrarán su propio espejo, ya me dirán si les gusta lo que ven.

Recital de Juan Luis Saldaña y Enrique Cebrián, música de Luis Cebrián y amigos en la Campana de los Perdidos




Palabras: Juan Luis Saldaña y Enrique Cebrián. Invitados: Pablo Saldaña y Christian Peribáñez

Música: Luis y amigos (Luis Cebrián: voz y guitarra acústica, Pablo Malatesta: guitarra acústica, Juan Luis Saldaña: rapsodia, voz, guitarra, Daniel Cebollada: percusión y caída de huevos-con perdón-, Ricardo Fandango: melódica, piano, guitarra acústica y corazón, Ana Muñoz: voz, xilófono, guitarra acústica, percusión y clarinete)

Amistad, arte, rock y poesía, treintañeros ansiosos por comerse el mundo, la vida, por amar, abrazarse, rindiendo homenaje a sus maestros, ofreciendo todo lo que contiene su corazón a manos llenas... eso fue lo que se pudo ver el pasado sábado 23 de Enero en el escenario de la Campana de los Perdidos. Una mezcla de belleza y actitud que este humilde cronista sólo puede definir como histórica. Abrieron Louisiana Versiones en formato acústico, revisando en francés el clásico de Nirvana, Come as you are. Después el músico, periodista y escritor Juan Luis Saldaña se encargó de abrir el recital, sin miedo, con su emblemático poema Huye, una especie de manifiesto poético (con perdón), siguió Enrique Cebrián, una poeta de lo cotidiano, que es capaz de explicar el amor con palabras sencillas, de estremecer al respetable con la sobriedad del día a día. Compartieron sus últimas convocatorias, las obsesiones orientales, rindieron un merecido tributo a Manuel Martínez Forega, consiguieron hacer sonreír a una persona triste recordando a Poseidón y buscando en la agenda del móvil el número divino, como cabalistas de las palabras. El primer invitado de la noche, el poeta Christian Peribáñez, ejerció humildemente de rapsoda haciendo una versión. Fue el primer estadio antes de la continuación musical en la que Luis Cebrián se dejó acompañar de aliados y amigos, comienza con un homenaje, Puedes ir en paz de Nubosidad Variable, como si Ana Muñoz fuera Perla Batalla y Luis Cebrián engancha, abriendo la caja de bombillas, seguro que aún queda alguna sin fundir, con No hay valor compuesto junto a Ana Muñoz que le acompañó en voces y guitarra, complementados por el resto de los miembros de Louisiana (Daniel Cebollada en percusión y Richi Fandango en melódica y piano). Enrique Cebrián sube al escenario y recita un texto acompañado a la guitarra por Luis Cebrián, un fragmento inspirado en un tema de Bunbury, Aquí, que después completa acompañado por la voz de Ana Muñoz. El final del primer interludio musical fue con un tema de Experimentos in da notte, No le digas a Milenka que fumo, con Juan Luis Saldaña en la voz, Pablo Malatesta en guitarra acústica, Ricardo Fandango en piano y Ana Muñoz en voces y percusión. Una formación original para la banda de rock recitado Experimentos in da notte que promete mucho. Juan Luis Saldaña y Enrique Cebrián comparten generación, amor por la vida, actitud ante la poesía, recitaron a Miguel d´Ors, Joaquín Sabina, recordaron cómo mudan a otros lugares los reptiles, le dieron tiempo a los Manuales de Poesía para Zombies...subió Pablo Saldaña, tímido y complejamente absoluto, con unos versos surgidos del ADN mágico que impregna a las buenas familias. La segunda parte de Luis y amigos comienza con Feliz Daño Nuevo, un nuevo tema de Louisana, después una preciosa versión de Vetusta Morla, Copenhague, donde la extraordinaria voz de Ana Muñoz provoca escalofríos, mientras la guitarra y los coros de Luis Cebrián te hacen soñar con días mejores en otra ciudad. Y después un par de versiones del nuevo proyecto de Luis Cebrián, Cretino (en breve su primer EP: Todos los hombres de Creta), con Pablo Malatesta como instrumentistas, arreglista y productor, primero un tema de Adamo popularizado en España por Raphael, Mi gran noche, para el que Ricardo Fandango subió al escenario aportando su melódica. La maestría de Luis Cebrián para llevar a su terreno las versiones es impresionante, capta el espíritu y es capaz de convertir una canción que en su origen se construye sobre una orquestación mastodóntica típica de finales de los sesenta, en una fiesta pop mantenida con acústicas y tecladillo de juguete. Después se incorpora Pablo Malatesta a la guitarra solista y Juan Luis Saldaña a la voz para completar en formato trío un tema de Gabriel Sopeña, Cass, que popularizaron los Mas Birras. Un dueto arriesgado entre El Maquinista y Luis Taktak Cebrián pero que obtiene el sobresaliente gracias a la capacidad empática de dos artistas (Saldaña y Cebrián) que se conocen y quieren hace años. Después Juan Luis Saldaña, guitarra en mano, hizo magia con una bellísima composición propia, un hacedor de canciones maravilloso, con uno de esos universos personales que son tan cercanos que duelen. ¿el final? de manual, como debe de ser: Órbita de Nubosidad Variable (impresionante ver la última formación de los nubosos en el escenario de la Campana de los Perdidos, con Pablo Malatesta en la guitarra y Ana Muñoz, la corista que nunca fue, en versión acústica del Órbita 2020) y Juan Luis Saldaña berreando un fragmento de El Rayo Cae de El Niño Gusano, Los Anarkistas (aka I can´t get no satisfaction de Manuel Forega) de Experimentos in da notte e Invéntate un final, la única manera posible de poder bajarse con dignidad incontenible de un escenario. Si no sabes de qué hablo, es que no has visto a Luis Cebrián. Como dijo Juan Luis Saldaña: “Vosotros conocéis al personaje, yo a la persona, ¡jodéos!

Alejandro Monserrat Grupo en el CCOliver presentando Luz de Gas


Alejandro Monserrat volvía a los escenarios zaragozanos para presentar su nuevo disco, el directo grabado en Barcelona, Luz de Gas, y para ello elegía el CC.Oliver, inaugurando una sala íntima, bien construida, limpia de sonido y elegante en ambientación. Allí, rodeado de un buen número de amigos y seguidores, fueron desgranando, como olas que chocan contra la piedra, temas de ayer, de hoy. La guitarra de Alejandro Monserrat se desliza sobre las areniscas del aire como un heraldo perfectamente afinado, con la belleza de lo contenido que sólo se desboca al ritmo de la emoción creciente. La maestría de lo clásico se mezcla sin miedo con el drobo, con el laúd, con el juicioso descaro contemporáneo de Nacho Estévez “el niño”, fiel escudero, preciso en el sostén, sin amagos, sólido como el fuego que incendia el escenario cada vez que Carlota Benedí baila, en un espectáculo que hace brotar buganvillas en lo yermo del barrio. Las percusiones de Fletes jalonan el camino, marcan un nuevo ritmo en el corazón del oyente, son huellas sobre la tierra, marcas en la piel, hermanas eléctricas del bajo de Antonio Bernal, latido en las venas del cante de Israel Dual, en la ebriedad de la voz reventada de miel y sangre. Y Alejandro Monserrat, discreto, maestro, enhebra sus cuerdas con el violín de Noelia Gracia, como dos llamas que crecen, como un aviso a navegantes, como un mercurio enfebrecido que sostiene nuestras manos mientras me lees la buenaventura de los días. Hermoso como una tarde que se apaga prometiendo una noche de vino y cama, como una aurora fresca que alivia las penas de las horas pasadas, como Alejandro Monserrat de regreso a la ciudad.