En el año 1969 un buen número de tropas españolas abandonaron Ifni. Los quintos que estaban realizando el servicio militar tuvieron que terminarlo en las Canarias. Lo sé porque mi padre estaba allí y me lo ha contado más de una vez. Sólo unos pocos años después los españoles salimos del Sáhara. Como en Cuba o Filipinas, los independentistas parecieron sorprendidos cuando sus aliados contra la metrópoli no les entregaron el control de sus regiones nada más arriarse la bandera española. Es más, comenzaron un control, un acoso a los estamentos de gobierno autónomo, mucho más asfixiante que el realizado por Madrid. Y nadie dijo nada.
Hoy Marruecos ha cometido una de sus habituales vulneraciones de los derechos humanos en aquel territorio. Eso, por el contrario, no nos ha cogido por sorpresa. Más allá del dolor y la impotencia ante semejante acción o la nauseabunda complicidad —terminaron los comandos aulladores prosáhara en el partido— de nuestro gobierno, es momento de plantearnos la responsabilidad moral que debemos mantener con cada una de nuestras antiguas colonias: las infraestructuras y servicios, la integración dentro del esquema sociopolítico español…todo obviado después de la tabula rasa soberanista. El sentimiento de culpa que España debe sentir hacia sus antiguas provincias debe de ser, por una vez, racionalizado. Debemos asumir que nuestra responsabilidad está limitada a la de un país democrático cuya función es denunciar y ejercer presión diplomática sobre las manifestaciones caducas de totalitarismo. Los lazos se cortaron hace más de treinta años y de manera unilateral. No se nos quería allí y eso es una realidad. Aunque ahora sea el tiempo de las lamentaciones.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón de 25 de Noviembre de 2010