Es una alegría poder colgar aquí una reseña exclusiva de la vuelta a los escenarios españoles de Gabriel Sopeña, que actuó en Manresa hace unos pocos días, con un enorme éxito de público en uno de los clubes de canción de autor más importantes de España.
Una noche especial en El Club de la Cançó
Estuvo Gabriel Sopeña en Manresa, en El Club de la Cançó y sólo por eso ya se cumplió uno de nuestros objetivos: tener en nuestro escenario a un cantor de fuera de Cataluña, de esos que tan pocas oportunidades tenemos de ver por nuestros pagos. Y esta vez resultó que su presencia era tan extraordinaria en nuestra tierra como en la suya, porque Gabriel dosifica sus apariciones de una manera extrema, para desesperación de sus admiradores. De forma que de entrada ya nos sentimos afortunados por partida doble; pero lo bueno de verdad estaba por llegar. Y llegó con sólo pisar el escenario de la sala El Sielu. Era algo que nosotros, los organizadores, ya esperábamos, pero la mayor parte del público no, porque hay que reconocer que la mayoría vino a descubrirlo sin saber muy bien con qué se iban a encontrar. Y ahí es donde los promotores -debemos confesarlo- nos sentimos triunfadores. Trajimos a Gabriel Sopeña a El Club de la Cançó como quien presenta a su novia a los amigos, con ese deseo indisimulado de esperar que guste. Y Gabriel gustó desde el primer momento; y los responsables del Club nos sentíamos ufanos de su éxito, con ese orgullo de haberles ofrecido a un artista que encandila.
Fue un recital en el que Gabriel mezcló canciones de su disco en solitario con otras del resto de su dilatada carrera de compositor, intentando equilibrar el repertorio, sin reparar que a ese público le daba igual el planteamiento: todas -o casi todas- sus canciones eran una sorpresa para ellos o un feliz (re)descubrimiento. Comenzó con su guitarra Guild de doce cuerdas, haciendo dos versiones rabiosamente rejuvenecidas de "Otro lugar bajo el sol" y de "El hombre del tambor" (que dedicó a dos genios: Bob Dylan y el añorado Mauricio Aznar), para continuar con un ramillete de temas que han traspasado ya el corazón de dos generaciones ("Armando al amor", "Cass", "Un fogonazo" -en la que Gabriel, ya al mando de su poderosa Gibson vintage de seis cuerdas, se vació- o "Apuesta con el R&R"), sin olvidar sus homenajes a Mario Benedetti ("Transgresiones") o Gabriela Mistral ("La Luz") y el estreno de varias canciones nuevas. Todo ello fue hilvanando un concierto sólido y emocionante, de una hora y media, en el que el compositor aragonés, en plena forma, se mostró muy comunicativo, explicó y dedicó todos los temas; y, en un acto de respeto que fue correspondido con entusiasmo por el público que llenaba la sala, hizo el esfuerzo de expresarse en un correcto catalán en todo momento.
Paralelamente a su actuación, esa noche hubo también otro acontecimiento en el Club. Y fue que alguien –Montse- tuvo la idea de invitar a todos los amigos que un año atrás le apoyaron durante los momentos amargos de una enfermedad afortunadamente superada. Habló antes con nosotros y le sugerimos que el concierto de Gabriel Sopeña era el más apropiado para aquella convocatoria, seguros de su complicidad y de que era el artista idóneo para dar el calor necesario a ese encuentro. Y así fue; y fue él el encargado de oficiar como maestro de ceremonias en esa noche mágica. Una velada que tuvo aun otro colofón inesperado para todos. Ese colofón fue la presencia de Jordi Pegenaute, a quien le pedimos que nos escribiera una presentación para Gabriel Sopeña, en ese folleto que damos en todas las actuaciones y en los que siempre hay alguien que escribe unas palabras de introducción para el artista.
Pensamos que la amistad que une a Jordi con Gabriel lo hacían adecuado para ello, pero no contamos con que el día del concierto su presencia entre el público acabaría empujándolo a subir al escenario, como así fue. Gabriel Sopeña y Jordi Pegenaute en un encuentro inesperado, con un duelo de guitarras en un crescendo de emoción hasta desembocar en ese "Me and Bobby McGee", de Kris Kristoffersson, con el que se cerró una noche inolvidable. Una noche que daría para tantas crónicas como personas estuvimos allí, viviéndola de maneras distintas; pero siempre a partir de las emociones que nos provocaron las canciones y la presencia de Gabriel Sopeña.
Estuvo Gabriel Sopeña en Manresa, en El Club de la Cançó y sólo por eso ya se cumplió uno de nuestros objetivos: tener en nuestro escenario a un cantor de fuera de Cataluña, de esos que tan pocas oportunidades tenemos de ver por nuestros pagos. Y esta vez resultó que su presencia era tan extraordinaria en nuestra tierra como en la suya, porque Gabriel dosifica sus apariciones de una manera extrema, para desesperación de sus admiradores. De forma que de entrada ya nos sentimos afortunados por partida doble; pero lo bueno de verdad estaba por llegar. Y llegó con sólo pisar el escenario de la sala El Sielu. Era algo que nosotros, los organizadores, ya esperábamos, pero la mayor parte del público no, porque hay que reconocer que la mayoría vino a descubrirlo sin saber muy bien con qué se iban a encontrar. Y ahí es donde los promotores -debemos confesarlo- nos sentimos triunfadores. Trajimos a Gabriel Sopeña a El Club de la Cançó como quien presenta a su novia a los amigos, con ese deseo indisimulado de esperar que guste. Y Gabriel gustó desde el primer momento; y los responsables del Club nos sentíamos ufanos de su éxito, con ese orgullo de haberles ofrecido a un artista que encandila.
Fue un recital en el que Gabriel mezcló canciones de su disco en solitario con otras del resto de su dilatada carrera de compositor, intentando equilibrar el repertorio, sin reparar que a ese público le daba igual el planteamiento: todas -o casi todas- sus canciones eran una sorpresa para ellos o un feliz (re)descubrimiento. Comenzó con su guitarra Guild de doce cuerdas, haciendo dos versiones rabiosamente rejuvenecidas de "Otro lugar bajo el sol" y de "El hombre del tambor" (que dedicó a dos genios: Bob Dylan y el añorado Mauricio Aznar), para continuar con un ramillete de temas que han traspasado ya el corazón de dos generaciones ("Armando al amor", "Cass", "Un fogonazo" -en la que Gabriel, ya al mando de su poderosa Gibson vintage de seis cuerdas, se vació- o "Apuesta con el R&R"), sin olvidar sus homenajes a Mario Benedetti ("Transgresiones") o Gabriela Mistral ("La Luz") y el estreno de varias canciones nuevas. Todo ello fue hilvanando un concierto sólido y emocionante, de una hora y media, en el que el compositor aragonés, en plena forma, se mostró muy comunicativo, explicó y dedicó todos los temas; y, en un acto de respeto que fue correspondido con entusiasmo por el público que llenaba la sala, hizo el esfuerzo de expresarse en un correcto catalán en todo momento.
Paralelamente a su actuación, esa noche hubo también otro acontecimiento en el Club. Y fue que alguien –Montse- tuvo la idea de invitar a todos los amigos que un año atrás le apoyaron durante los momentos amargos de una enfermedad afortunadamente superada. Habló antes con nosotros y le sugerimos que el concierto de Gabriel Sopeña era el más apropiado para aquella convocatoria, seguros de su complicidad y de que era el artista idóneo para dar el calor necesario a ese encuentro. Y así fue; y fue él el encargado de oficiar como maestro de ceremonias en esa noche mágica. Una velada que tuvo aun otro colofón inesperado para todos. Ese colofón fue la presencia de Jordi Pegenaute, a quien le pedimos que nos escribiera una presentación para Gabriel Sopeña, en ese folleto que damos en todas las actuaciones y en los que siempre hay alguien que escribe unas palabras de introducción para el artista.
Pensamos que la amistad que une a Jordi con Gabriel lo hacían adecuado para ello, pero no contamos con que el día del concierto su presencia entre el público acabaría empujándolo a subir al escenario, como así fue. Gabriel Sopeña y Jordi Pegenaute en un encuentro inesperado, con un duelo de guitarras en un crescendo de emoción hasta desembocar en ese "Me and Bobby McGee", de Kris Kristoffersson, con el que se cerró una noche inolvidable. Una noche que daría para tantas crónicas como personas estuvimos allí, viviéndola de maneras distintas; pero siempre a partir de las emociones que nos provocaron las canciones y la presencia de Gabriel Sopeña.
Josep Mª Oliva. El Club de la Cançó
Fotografías cortesía de JOSEP COMELLAS (josep@kumi.cat)