Me siento asqueado cuando escucho a Eguiguren, lo veo en la televisión, pagado de sí mismo, satisfecho de su complicidad con el asesino Ternera, cómo defiende el resultado sin preocuparse de los métodos empleados en el proceso. Dice el presidente del PSE que comió varias veces con Ternera, que se entendieron bien, que escribieron juntos una hoja de ruta impregnada de sangre. Buen rollo con Ternera, el de la Casa Cuartel de Zaragoza… yo iba en el autobús a la escuela, frente a la entrada del Salduba, casi llegando al parque Grande, quinto de EGB, no puedo olvidarlo, no quiero olvidarlo. No entiendo cómo un político puede declarar públicamente que es capaz de empatizar con semejante bestia, la verdad. Contemplo el muro creado alrededor de las víctimas, el silencio cobarde y usurero del PP, contabilizando hasta el último voto, la última sonrisa para el próximo pacto, los hombros encogidos, no importa con quién, no importa cómo, lo que importa es llegar. Una manifestación, la del pasado sábado en Madrid, silenciada, omitida, molesta para medios oficialistas, afines. Peperos y socialistas haciendo mutis por el foro mientras se pelean por la primera fila en la misa papal. Las víctimas del terrorismo levantan su voz porque el silencio combina demasiado bien con el olvido. Mucho motociclismo, mucha visita papal, romería y fasto para este país de aguardiente que algún día se vendrá abajo, porque nos robaron los cimientos mientras contemplábamos, embobados, la última decisión de Mourinho. La voracidad electoral de los partidos nacionales terminará por saldar como chatarra desguazada lo que queda de España. Y lo que es peor, nos importará a todos un pimiento. Más bien un carajo.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón de 11 noviembre de 2010