El espectáculo de Poeta en Nueva York perpetrado por Teatro Imaginario es magnífico. Mantras sonoros que envuelven el recitado en una propuesta híbrida, entre el recital y el teatro mínimo. Se abre el monstruo y llega la contemplación de la Aurora de Nueva York, dos viajeros malditos, arropados por el gris usado de sus gabardinas, depositan maletas llenas de sueños podridos. Desentre y María José Pardo intercambian sus voces entre el laberinto de humo que devora el escenario. Nueva York (oficina y denuncia), salpica como los excrementos de un gigante y Fábula y rueda de los tres amigos amaga con la llegada de un blues desesperado. La música, esquemática en arreglos, genera una comunión absoluta entre la palabra y el espectador, ritmos mínimos, marcados con el pulso agónico de la ciudad, se entremezclan en un tejido de electridad surgido de las guitarras de JJ. Gracia y Carlos Chauan, hiératicos en su trance, trasiegan alcoholes para amasar los arpegios.El Rey de Harlem, la religión pagana que evita a los dioses para concentrarse en los ritos y Alfonso Desentre, Nick Cave en la rapsoda lorquiana, mastica los versos en una interpretación majestuosa del Ciudad del Sueño, al borde de la epilepsia urbana mientras anticipa el confetti de poemas. Armas que se descargan sobre las vigilias, el Hudson enturbiado por la pestilencia de los barrios que confluyen, en la arquitectura de la absenta, todo es amalgama airada de un Pequeño Poema infinito. El cierre, con Vals en las ramas, mientras los músicos acidifican sus últimos acordes, con la última despedida, la huida hacia Santiago, Cuba es una balsa de sangre que se ve en la lejanía.
Emocionante interpretación de los versos de Federico García Lorca en el Teatro del Mercado. Rock y rapsodia, miniaturas en torno a la mesa de cuatro patas, que se derrumba por el sueño en una madrugada eterna.