Escucho una canción escondida, una canción que habla de vermut con hielo, de vivir despacio el verano perfecto. Supongo que sabes a cuál me refiero. Hoy se presenta “No tengo el placer”, el libro póstumo de Sergio Algora. La foto de la portada sonríe, es el niño con el doble corazón del que siempre habla Ángel, el muchacho de las Delicias soñando mundos imposibles en el patio de la casa de sus padres, el hombre que hacía años que había abandonado el autobús, el que buscó el exilio voluntario de un paseo dominical en la Plaza Santa Cruz, el que nunca tomaba postre y conocía los mejores lugares en los que el estío hace florecer a las chicas con minifalda. Leo “No tengo el placer” y recuerdo una penúltima paella en el Pascualillo, el manuscrito de anillas negras a punto de mancharse con la mezcla de vino y gaseosa que, de tan sencilla, nos llegó a parecer gloriosa, a Miguel Serrano buscando una servilleta mientras en su cabeza orbitaban un millón de historias. Hoy juego una partida de singles festivos con Maribel y sé que las cosas irán bien: tus esquirlas magníficas impregnan cada una de nuestras venas, te transportamos con la discreción que siempre nos pediste y hemos aprendido a ser cada vez más brillantes en tu reflejo. Entraré esta noche en el Bacharach y ya no buscaré tu sombra, prefiero agrietar los dedos al releer tus cuentos, esperar que tu voz se confunda con el ruido de la calle en la madrugada y que en la noche profunda, en el salón sin reglas de los sueños, mantengamos una conversación intrascendente. Por la mañana rebuscaré en el cajón la mejor camisa estampada del mundo. No quiero champán, prefiero el lento devenir de la ginebra, que sea ella la que fermente tu recuerdo en la espuma de los días, amigo.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón el 13 de Mayo de 2009