He leído, he devorado más bien, las mil páginas largas de Noches de BV80 de Valtueña. El manuscrito, publicado por los Libros del Innombrable, recoge de manera meticulosa los intensamente prolíficos años que el mítico bar de la calle Doctor Palomar estuvo abierto. Una Zaragoza que balbuceaba modernidad en la España convulsa de Fuerza Nueva y maoísmo, de castañeras, picadillo y bocata de calamares. Me gusta leer sobre mi ciudad, que alguien me desvele los entresijos del “ander” patrio, todavía imberbe, sin internet ni descargas ilegales, con fanzines y tinta fresca de copistería analógica. El Pollo Urbano, Andalán, periódicos diarios de nombres imposibles que se han perdido en la noche de los tiempos. Me gusta que los políticos que aparecen en la narración de las noches alargadas a base de Dyc y Ducados, jeta y cheli, sean los mismos que ahora. Mismas caras, distintos plumajes. Del rojo, rojísimo al rosa pálido, del Larios peleón al Chivas proletario. Valtueña no se corta, no tiene pelos en la lengua, es su versión de la ciudad, supongo que alguno notará un escozor, sobre todo al recordar como con la llegada del alba salía dando tumbos, corto de presupuesto, dejando apuntado “lo que se debe”. Yo no estuve allí, tendré que creerle. Tengo que preguntarle a Valtueña si tenían ilusión aquellos días o ya se les notaba el toque relamido del que busca la poltrona… ¿políticos punkies o niños bien jugando a rockeros de chapa y chupa de cuero? Y el 23F, la ciudad paralizada, alguno pedía prestados coches para hacer sus cosas en Francia. De los errores se aprende, aquí —no como en Barcelona—salió mucha gente a la calle apoyando la democracia. Ya empezaban las diferencias cualitativas. Y acabábamos de comenzar la carrera.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del viernes 14 de Mayo 2010