Cada vez que me acerco a uno de los
libros de Patxi Irurzun sé que saldré del encuentro con una
sonrisa, un poco de inquietud vital y unas buenas dosis de ternura.
Irurzun, uno de los mejores cuentistas de su generación, de la mía
y de la próxima, tiene la habilidad de lo cotidiano y el buen gusto
del que sabe que la risa es la mejor herramiento en estos tiempos de
rabia. El relato con el que se abre este volumen, Mi padre, los
libros Reno, Ned Flanders y los beats, todo en la misma frase es de
una melancolía incontenible. Un relato que emociona, casi frisando
el diario íntimo, un espacio en el que Patxi se siente cómodo y que
domina a la perfección como lo demostró en su libro Dios nunca
reza. Nada de bruscos ritmos de batería (uno lo entendería así
puesto que estaba incluido en una antología de homenaje a los
beatniks: Beatitud que coordinaron Vicente Muñoz y Nacho Escuín ),
para el ácido compuesto allí está Reliquias y jorobas, miedo y
asco en la meseta, el auténtico relato para los amigos del Dharma.
El año de la lengua azul es un viaje psicótico al corazón de una
de las manifestaciones patrias que más seducen a Patxi, los
Sanfermines. Amor y odio para un pamplonica que busca su lugar entre
la tradición y el cachondeo, entre el ayer calimochero y el hoy de
mañanas en parques aguantando el olor a orín. Peaje juega con la
chispa apagada de los barrios rebeldes, obreros cansados que no saben
que Ballan y Patxi Irurzun escriben sobre ellos, como tampoco nadie
recuerda a los cantantes melódicos imposibles en Superpop (un regalo
de Patxi, gracias amigo) u homenajea con tanto gusto a la subcultura
andergraun con un tributo muy retorcido a Celine en el relato real
(por la parte monárquica, más que nada) que es Espejo de príncipes.
He tenido el placer de compartir antologías, fanzines e incluso
habitaciones de hotel con Patxi (nada de cama, eso es un tema de
cuando éramos jóvenes) y cuando llega a mis manos la nueva entrega
de Vinalia Trippers busco en el índice el relato de Irurzun y es el
primero que devoro: en este libro aparecen la tristeza pop de un
hombre araña desolado en la onda de "El adversario" de
Carrere en "El vértigo de Spiderman" y una especie de
inquietante guiño a la imaginería de Chicho Ibáñez Serrador y sus
pueblos abandonados en "El censo del miedo". Estos son dos
de los mejores relatos de un libro sobresaliente en el que la pluma
de Patxi alcanza su expresión máxima, donde se define el estilo
único de Irurzun es en ¿Para qué vamos a perder el tiempo hablando
si podemos arreglarlo a hostias?, homenaje a las películas del
oeste, a la sociedad que lo rodea, al oscuro y risible mundo que nos
toca vivir.
Un gran libro. Como siempre.