domingo, 30 de noviembre de 2014

Dos por uno

 

Tenemos un nuevo tahur en la ciudad. Gafas de pasta y porte nobiliario de toda a cien. Dice Arturo Mas que los días hay que aprovecharlos. Y las fechas históricas, por supuesto. Arturo o Artur, que calcula los presidentes de Cataluña como Nostradamus los Papas: de una manera mesiánica y un poco iluminada. Arturo o Artur, el número 129 de una gran tradición sustentada en fuentes historiográficas de convicciones más mediáticas que científicas -imagino que después de ver por la televisión algún capítulo de Isabel habrá incluido algún regente aragonés de Catania en la lista-. Arturo o Artur es un patriota. Como yo. No está de moda ser patriota. Cualquier indicio de emocionalidad rojigualda es devorada por la asimetría carroñera. Demasiados pesebristas del Vega Silicia abusando del federalismo mientras esperan la devolución de su puesto nstitucional.Cada uno puede poner el nombre que quiera. Pero Mas, y hasta que la banca andorrana no demuestre lo contrario, es un patriota. Las patrias van y vienen, la mía ahora mismo no está de moda, la mía quizá no sea mejor pero es más antigua. Casi tan antigua como Escocia. Todos los que hemos visto Trainspotting sabemos que ser escocés no es la mejor opción del mundo. Pero las comparaciones son odiosas y hasta la banda del oficialismo izquierdista británico, los adorables The Smiths, se envolvían en la Union Jack mientras pedían la cabeza de la Reina. Un republicanismo distinto, menos cainita y más acelerado. Distinto, simplemente distinto. Preparo oposiciones, otra vez, y sé que si este año no convocan en Aragón no podré presentarme en Cataluña. Tengo las mismas opciones de trabajar allí que en Sheffield. Bueno, menos, que por lo menos el First Certificate lo aprobé hace años. No sé qué pasará si llega la independencia, la verdad. Marc, el pequeño Gasol, enfadado con Orenga, ya no quiere jugar con España. Lo entiendo. Me gustaría que esto terminara de algún modo. Que se votara, que se preguntara...claro. Se votara sin barnices de matonismo, sin ayuntamientos listando puerta por puerta. Una decisión sin contaminación educacional ni mediática.

El final de la magenta

Rosa Díez dice no. A todo, a todos. Rosa Díez dice que no a Sosa Wagner, a Ciudadanos, dice que no a Federico Jiménez Losantos Rosa Díez ya no sonríe. Mientras la izquierda se aglutina, como hormigas (mejor cigarras) en busca de un amado líder con coleta, mientras la derecha le sigue riendo las gracias al presidente que hizo menos malo a Zapatero esperando que un tertuliano de Garci le saque las castañas del fuego, la unión, el progreso y la democracia (cuánto se me hincha el teclado cuando escribo eso: DEMOCRACIA), la magenta de Rosa Díez se marchita. No hay populismo que supere al del Anacleto con acné que todos llaman Nicolás, ni del presidente Mas, con sus juegos de manos bajo la estelada... la enésima decepción nos ha llegado con Rosa. Cuándo apareció el partido de Rosa Díez admito que me alegré: centro liberal, con clara vocación nacional, sin miedo a proclamar su españolidad. Basado en los mínimos fundamentos centralistas (sobre todo educación) que nos parecían acercar hacia esa verdadera utopía republicana que representa Francia. Rosa Díez se había salido del PSOE ante la deriva del partido, que ya chapoteaba en el batiburrillo territorial y poco a poco apartaba la beligerencia con los chacales del norte, decidios a superar los conflictos con abrazos. Rosa parecía representar el espíritu de la coherencia de los Redondo, Nicolás (padre e hijo) pero en unos pocos años ha demostrado que no hay nada de eso. Más allá de Sosa Wagner, del chico del twitter que salía en la primera temporada de "Siete vidas" o de soltar la mano de Albert Rivera, para votar al pensamiento único ya tengo a los de Podemos. ¿Qué nos queda? El blues del socialismo se toca con una guitarra eléctrica de dos euros, estamos llamando a las puertas de un cashconverter con dinero prestado y nadie dice nada. Los hijos de miseria se apresuran a la venta saldada de la Moncloa y la subasta trucada solo ofrecerá plusvalías para los corruptos. Míralos, con sus gafas pasadas de moda, sus dientes afilados y proclamas sacadas de lo más nocivo de la Bola de Cristal. Pancarteros, aspirantes a caquiques enfangados en la absenta barata de la superioridad ética. Líderes futuros que solo leen resúmenes de otros, papel mojado. Todos somos actores de una pesadilla de Fernando Arrabal. Ya les adelanto el final de la penúltima escena: en la piscina de una mansión de Pedralbes flota el cadáver de España y todos quieren apuntarse el tanto. 

Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del jueves 27 de noviembre de 2014