Rosa Díez dice no. A todo, a todos. Rosa Díez dice que no a Sosa Wagner, a Ciudadanos, dice que no a Federico Jiménez Losantos Rosa Díez ya no sonríe. Mientras la izquierda se aglutina, como hormigas (mejor cigarras) en busca de un amado líder con coleta, mientras la derecha le sigue riendo las gracias al presidente que hizo menos malo a Zapatero esperando que un tertuliano de Garci le saque las castañas del fuego, la unión, el progreso y la democracia (cuánto se me hincha el teclado cuando escribo eso: DEMOCRACIA), la magenta de Rosa Díez se marchita. No hay populismo que supere al del Anacleto con acné que todos llaman Nicolás, ni del presidente Mas, con sus juegos de manos bajo la estelada... la enésima decepción nos ha llegado con Rosa. Cuándo apareció el partido de Rosa Díez admito que me alegré: centro liberal, con clara vocación nacional, sin miedo a proclamar su españolidad. Basado en los mínimos fundamentos centralistas (sobre todo educación) que nos parecían acercar hacia esa verdadera utopía republicana que representa Francia. Rosa Díez se había salido del PSOE ante la deriva del partido, que ya chapoteaba en el batiburrillo territorial y poco a poco apartaba la beligerencia con los chacales del norte, decidios a superar los conflictos con abrazos. Rosa parecía representar el espíritu de la coherencia de los Redondo, Nicolás (padre e hijo) pero en unos pocos años ha demostrado que no hay nada de eso. Más allá de Sosa Wagner, del chico del twitter que salía en la primera temporada de "Siete vidas" o de soltar la mano de Albert Rivera, para votar al pensamiento único ya tengo a los de Podemos. ¿Qué nos queda? El blues del socialismo se toca con una guitarra eléctrica de dos euros, estamos llamando a las puertas de un cashconverter con dinero prestado y nadie dice nada. Los hijos de miseria se apresuran a la venta saldada de la Moncloa y la subasta trucada solo ofrecerá plusvalías para los corruptos. Míralos, con sus gafas pasadas de moda, sus dientes afilados y proclamas sacadas de lo más nocivo de la Bola de Cristal. Pancarteros, aspirantes a caquiques enfangados en la absenta barata de la superioridad ética. Líderes futuros que solo leen resúmenes de otros, papel mojado. Todos somos actores de una pesadilla de Fernando Arrabal. Ya les adelanto el final de la penúltima escena: en la piscina de una mansión de Pedralbes flota el cadáver de España y todos quieren apuntarse el tanto.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del jueves 27 de noviembre de 2014
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