martes, 12 de noviembre de 2013

D.A

Ya solamente hablo de los muertos. Robo todo lo que puedo, sus recuerdos, su forma de andar, robo de mi cerebro la imagen del gintónic en un bar pijo al lado del Hotel Corona, un bar de dos pisos. El gintónic reluciente, enorme, inabordable. Las seis de la tarde o más. Hablábamos, yo hablaba poco, pero hablábamos. Están los muertos, están los recuerdos. Está la matemática, Turing, Javier
Aquilué, Luis Cebrián, las bases de Malatesta. Los muertos no piden responsabilidades, los vivos sí. Saldaña y Cebrián. Cebrián y Saldaña. Estoy asustado, miro debajo de la cama, todos los días, todas las noches. Ana no lo sabe, Ana no se da cuenta. Cada tarde que pasa, en el silencio culpable, es una tarde que se evapora. Y deja sal, cristales de sal. Hoy tenía guardia en la biblioteca del Instituto. Una biblioteca horrenda, con libros llenos de signaturas plastificadas, sucias muy sucias. Libros clásicos que nadie lee y libros modernos que nadie lee y juegos del hambre y la metamorfosis y Bécquer y Góngora y alumnos que llegan castigados y silabean historias con faltas de ortografía. Y hace mil años yo estaba del lado de Jota y del lado de Luque, del lado de los poemas quemados por sol de Ismael Grasa. Yo miraba al sol y me imaginaba dentro de una canción de los putos Mestizos y de los putos Proscritos y ellos, los malos alumnos, siguen silbando y silbando sus historias llenas de faltas de ortografía. No os maldigo porque me dais de comer, porque pagáis los vicios que ya no tengo...cintas de cassette, películas de vhs, Kerouac y Dylan y Celentano y los pantalones de pana de Celentano y Guinda y Carnicer.

El Teorema Chino del resto. Va a sonar la campana y encuentro este libro, el libro de Félix. La canción de New Order, la canción de Bunbury. Una lista de spotify para tu muerte. 

te extraño.