A todos los que amamos la villa de Ateca por sangre, tierra o adopción, se nos ha encogido el corazón al enterarnos del cierre de la histórica fábrica de uno de los dulces más famosos de nuestra infancia. Auténtico pulmón industrial de un pueblo que teme languidecer famélico tras el cierre de todas las fábricas y empresas que daban empleo a un . Habrá protestas y forasteros y locales nos uniremos con gritos y súplicas, pero conscientes de que si la rabia fuera efectiva seguirían abiertos Altos hornos de Vizcaya. Hasta un equipo ciclista, cuando la carretera que pasaba por el pueblo unía Zaragoza con Madrid, llevó los colores de la marca, fundida en una miriada de multinacionales y sociedades limitadas tras su venta. Más allá de la desazón propia de un trozo de historia que se nos derrite entre los dedos está la angustia continuada en esta España cada vez más amarga e inoperante. Cuando las cifras del paro se han convertido en un pantano cenagoso de números, cuando tras un año de la reforma laboral el mercado de trabajo se ha convertido en una estructura oxidada y rígida, reventada por el ácido que babea del monstruoso futuro, es momento de pedirle cuentas a Rajoy, al presidente mudo, al lacayo que nos hizo callar a muchos, confiados en una gestión de alcanfor rancio. Los recortes, el cinturón apretado, las palmaditas en las espalda de la banca, la misma banca que bloquea la liquidez, todo junto, terrible, odioso. Hablábamos de desazón, paralizados por el miedo, notando como el agua encharcada ha pasado la línea de la barbilla, esperando un poco de luz al final del pasillo. Si unas soluciones no funcionan habrá que encontrar otras, sin violencia ni golpes en la mesa, con la cabeza fría y auténtico espíritu de estadista. No sé si valdrá con este Gobierno o necesitaremos otro. Pero el punto de no retorno está tan cerca que creo que lo hemos superado. Aprieto tantos los dientes que voy a resquebrajar el marfil. Me da igual, no creo que vuelva la inocencia del chocolate, del Toke, del Huesito.
viernes, 26 de abril de 2013
Los huesitos
A todos los que amamos la villa de Ateca por sangre, tierra o adopción, se nos ha encogido el corazón al enterarnos del cierre de la histórica fábrica de uno de los dulces más famosos de nuestra infancia. Auténtico pulmón industrial de un pueblo que teme languidecer famélico tras el cierre de todas las fábricas y empresas que daban empleo a un . Habrá protestas y forasteros y locales nos uniremos con gritos y súplicas, pero conscientes de que si la rabia fuera efectiva seguirían abiertos Altos hornos de Vizcaya. Hasta un equipo ciclista, cuando la carretera que pasaba por el pueblo unía Zaragoza con Madrid, llevó los colores de la marca, fundida en una miriada de multinacionales y sociedades limitadas tras su venta. Más allá de la desazón propia de un trozo de historia que se nos derrite entre los dedos está la angustia continuada en esta España cada vez más amarga e inoperante. Cuando las cifras del paro se han convertido en un pantano cenagoso de números, cuando tras un año de la reforma laboral el mercado de trabajo se ha convertido en una estructura oxidada y rígida, reventada por el ácido que babea del monstruoso futuro, es momento de pedirle cuentas a Rajoy, al presidente mudo, al lacayo que nos hizo callar a muchos, confiados en una gestión de alcanfor rancio. Los recortes, el cinturón apretado, las palmaditas en las espalda de la banca, la misma banca que bloquea la liquidez, todo junto, terrible, odioso. Hablábamos de desazón, paralizados por el miedo, notando como el agua encharcada ha pasado la línea de la barbilla, esperando un poco de luz al final del pasillo. Si unas soluciones no funcionan habrá que encontrar otras, sin violencia ni golpes en la mesa, con la cabeza fría y auténtico espíritu de estadista. No sé si valdrá con este Gobierno o necesitaremos otro. Pero el punto de no retorno está tan cerca que creo que lo hemos superado. Aprieto tantos los dientes que voy a resquebrajar el marfil. Me da igual, no creo que vuelva la inocencia del chocolate, del Toke, del Huesito.
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