Pasó la huelga y no pasó nada. Si no fuera porque en el Heraldo me piden que al menos llegue a los mil ochocientos caracteres, esta columna quedaría reducida a la primera frase. Zapatero, tarde y mal, todavía encastillado en su poltrona ha tenido que sacar la tijera y se ha lanzado hacia lo fácil, el funcionariado. Al final parece que sí que hay crisis y, como siga así, habrá que terminar alimentándose de una infusión de brotes verdes que cada vez tienen más color ceniza. Existen soluciones diferentes, propuestas nada populistas que exigen mano firme en estos días extraños. Pasamos por alto el delirante coste de la descentralización política: las autonomías, las diputaciones y, mis favoritas, el funcionariado ligado a las comarcas. La comarcalización es el paso previo a las taifas municipales, las ciudades-estado circunscritas a los barrios, los cantones que uno se monta en su habitación, redactando (más bien copiando y pegando de la Wikipedia( sus estatutos. Evitamos apuntar hacia la necesaria flexibilización del mercado laboral, el nombre amable del abaratamiento del despido. Y mucho menos modificar ciertos modos de actuación incrustados en la sociedad, como agotar el subsidio de desempleo como si fuera un premio a los años previos de cotización sin preocuparse de buscar empleo, despreciar la formación como único método para el reciclaje profesional o aferrarse a la cultura del trabajo fijo y la casa propia como si fuera la panacea del éxito vital. Cuando escucho una y otra vez cómo se les llena la boca a los políticos con sentencias en las que prometen aumentar los impuestos a las rentas más altas (cada vez que alguien lo dice se muere un gatito, no lo olviden( me doy cuenta de que las soluciones están agotadas. Pero qué les voy a decir yo, que sigo preparando oposiciones. Menudo disgusto se llevaría mi madre si lo dejara.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 10 de Junio de 2010