Cuando vamos en rueda de coches pasamos
frente a muchos prostíbulos tristes. Casi es un epíteto, lo de la
tristeza en las whiskerías. Cuando trabaja en la SAICA, desde
Zaragoza hasta el Burgo de Ebro pasábamos frente a uno que se
llamaba El Euro. Los técnicos de laboratorio hacían bromas
contínuamente con el nombre y la calidad de los servicios. Los más
jóvenes tenían pinta de ser vírgenes. Y eso que el sueldo no era
nada malo por entonces. Entre Ateca y Calatayud hay un puticlub en
T. Siempre que paso es de día y está cerrado. Tan cerrado que
parece abandonado. A. me dice que en los pueblos los solteros
mayores no tienen muchas opciones. Algunos, me cuenta, bajaban
andando los domingos hasta allí. Euro, el Dólar, Copacabana.
La pereza del sexo de pago. Algunas
veces, muy pocas en realidad, todos los bares se cerraban y estábamos
demasiado lejos de la estación del Portillo, así que Sergio y yo
seguíamos bebiendo en los clubes de señoritas que había por la
ciudad. Recuerdo uno en la calle peatonal que unía Manifestación
con Prudencio. No había vicio, era simplemente ansiedad alcohólica y de conversación. Más bien alergia a la cama. A la casa vacía. Un
par de horas más tarde, con una ducha y mucho sueño, pasaba por
delante del Euro camino de SAICA. Todo era borroso. Yo vivía en un
piso viejo cerca de la calle Bretón, un piso muy grande y muy vacío.
Recuerdo que las cervezas de aquel prostíbulo eran caras y casi no
tenían gas.
Íbamos en rueda de coches, al
instituto, no muy lejos, menos de 100 km, un poco más, tampoco pasa
nada. Apretujados y somnolientos, el silencio era un bien preciado. A
veces veíamos a otros compañeros esperando su vehículo, el
vehículo de otros. La niebla en los huesos. Yo los veía y pensaba
en los clubes cerrados, en los clubes por cerrar y en cómo todos
terminábamos solapándonos: cuando trabajaba a turnos, me levantaba
a las cuatro y media e iba caminando hasta la Avenida Cataluña
recorriendo el centro de Zaragoza. Tocaba trabajar los sábados y los
domingos. Había noches que se convertían en mañanas por voluntad
propia. A veces esquivaba a conocidos que no me reconocían.
Como en un sistema de cama caliente
absurdo: las putas a la cama cuando se levantan los profesores.