viernes, 18 de septiembre de 2015

Interino 14: Jóvenes en pie de guerra


Cuando vamos en rueda de coches pasamos frente a muchos prostíbulos tristes. Casi es un epíteto, lo de la tristeza en las whiskerías. Cuando trabaja en la SAICA, desde Zaragoza hasta el Burgo de Ebro pasábamos frente a uno que se llamaba El Euro. Los técnicos de laboratorio hacían bromas contínuamente con el nombre y la calidad de los servicios. Los más jóvenes tenían pinta de ser vírgenes. Y eso que el sueldo no era nada malo por entonces. Entre Ateca y Calatayud hay un puticlub en T. Siempre que paso es de día y está cerrado. Tan cerrado que parece abandonado. A. me dice que en los pueblos los solteros mayores no tienen muchas opciones. Algunos, me cuenta, bajaban andando los domingos hasta allí. Euro, el Dólar, Copacabana.

La pereza del sexo de pago. Algunas veces, muy pocas en realidad, todos los bares se cerraban y estábamos demasiado lejos de la estación del Portillo, así que Sergio y yo seguíamos bebiendo en los clubes de señoritas que había por la ciudad. Recuerdo uno en la calle peatonal que unía Manifestación con Prudencio. No había vicio, era simplemente ansiedad alcohólica y de conversación. Más bien alergia a la cama. A la casa vacía. Un par de horas más tarde, con una ducha y mucho sueño, pasaba por delante del Euro camino de SAICA. Todo era borroso. Yo vivía en un piso viejo cerca de la calle Bretón, un piso muy grande y muy vacío. Recuerdo que las cervezas de aquel prostíbulo eran caras y casi no tenían gas.

Íbamos en rueda de coches, al instituto, no muy lejos, menos de 100 km, un poco más, tampoco pasa nada. Apretujados y somnolientos, el silencio era un bien preciado. A veces veíamos a otros compañeros esperando su vehículo, el vehículo de otros. La niebla en los huesos. Yo los veía y pensaba en los clubes cerrados, en los clubes por cerrar y en cómo todos terminábamos solapándonos: cuando trabajaba a turnos, me levantaba a las cuatro y media e iba caminando hasta la Avenida Cataluña recorriendo el centro de Zaragoza. Tocaba trabajar los sábados y los domingos. Había noches que se convertían en mañanas por voluntad propia. A veces esquivaba a conocidos que no me reconocían.


Como en un sistema de cama caliente absurdo: las putas a la cama cuando se levantan los profesores.  

Interino 13: El cocacolicas


Espero que salga A. en la puerta del instituto. Hay máquinas expendedoras de refrescos y de café. Llevo años enganchado al café de máquina. Desde la Facultad. Si no tomaba un café entre primera y segunda hora me derrumbaba como un tetraedro de carbono inestable. A veces nos metíamos un katovit a media mañana y esos días eran los mejores: éramos capaces de entender hasta los procesos de separación y las torres destilación por módulos. Sigo bebiendo café de máquina y sigo esperando que pasen las horas lo más rápido posible para volver a los tebeos y a los discos. ¿Me quieres? Si me quieres debes de tener preparados 30, 40, 50 céntimos para invitarme. Café largo y sin azúcar. Espero a A. y los alumnos de última hora salen como en una riada incontrolable. Uno de ellos se para frente a la máquina, saca una coca cola, se la bebe de trago y tira la lata a la papelera. Un segundo después saca otra moneda de euro y se hace con otra lata. Se da la vuelta y empieza a correr hacia los autobuses. Cuando trabajaba en el turno de noche había compañeros que se sacaban dos cervezas en la máquina antes de ponerse a trabajar, la primera se la bebían mientras se cambiaban y la segunda en el camino desde el vestuario hasta la máquina. El chico de la coca cola ya está subido en el autobús, habla con su compañero de asiento mientras agita la lata abierta. No quedará una gota cuando crucen el río.