domingo, 2 de agosto de 2015

Interino 6: Parpadeo sartriano



Estoy vigilando un examen de ecuaciones durante una de mis guardias. Aprovecho para leer un poco de Fernando Sanmartín. Hay una frase que me gusta, la apunto: "Es absurdo olvidar a Sartre. Pero hay algo mucho peor: olvidarse de cómo era uno cuando leía a Jean Paul Sartre". Recuerdo una obra de Sartre, A puerta cerrada. Me gustó mucho la primera vez que la leí en la pequeña biblioteca que había al lado de casa de mis padres. Era una biblioteca minúscula, había muchos tebeos, antes de Sartre estuvieron Lucky Luke y Asterix y también algunos más extraños, como aquella serie de un jugador francés que fichaba por el Barcelona que se llamaba Eric Castel. Yo las leí unos cuantos años después de que se editaran originalmente. Tenía una estética de los setenta, una mezcla entre Johan Cruyff y Frank Beckenbauer mucho antes de existir Platini. Y también me leí completas las aventuras de Iznogud, un curioso personaje que vivía en la época de los califatos. Caracterizado como un válido de un Califa más preocupado por la gula y lo sensual, el Bagdad que aparece en los álbumes daba lugar a mil historias distintas. Muchos años después, Ana me enseñaba alguno de los dibujos que hacían en las peñas de Ateca durante las fiestas. Una de las pegatinas de finales de los ochenta llevaba una especie de adaptación de aquel Iznoud con su mal humor perenne. Además de tebeos, años después, leí aquella maravilla, A puerta cerrada se llamaba. Estuve buscándola por Zaragoza, pero no había manera de encontrar ninguna edición de aquella pieza teatral. Cuando se lo comenté a mi padre me dijo que la habían representado unos cuantos años antes en la Escuela Oficial de Idiomas donde estudiaban tanto mi padre como mi tío. Recordé haber estado entre el público, en una representación de teatro leído, un niño muy pequeño, viendo como mi tío y mi padre, junto a otros compañeros, emulaban a los fantasmas más oscuros del existencialismo. Recuerdo que mi tío llevaba una boina negra. Hay gente que termina siendo concejal en el Ayuntamiento que defiende el robo de libros en librerías y grandes superficies. Entiendo que no está incluido en primero de corsario hacerlo en una pequeña biblioteca pública. Curisosamente cuando viajé a Buenos Aires para trabajar en la Universidad con una beca, prácticamente en la primera librería de Corrientes en la que entré, entre los montones de saldo, había una edición española. Había muchos ejemplares. Me compré uno para mí y un par más para regalar. A veces pienso en volver a Buenos Aires. Sueños que se cumplen en la primera esquina. Imagino un mes en un barco. Mareado, muy mareado. Volver a entrar en el Tortoni y que todos los fantasmas del barrio sigan allí, esperando, con el mate listo. Jean Paul Sartre con los años me ha aburrido mucho. Sus ensayos políticos tienen el tufo rancio del que buscaba culpables en todos los sitios menos bajo su propia silla. Pero la verdad es que, si lo pienso, sigo sintiendo una simpatía absoluta por quien era yo cuando leía a Sartre o todavía más por quien era yo cuando buscaba obras de teatro entre los libros baratos de las librerías de Buenos Aires.  

Interino (5º): La cotización de la Alianza Rebelde




Mi abuelo guardaba informes de la cotización de los valores de la bolsa. Miles y miles de aquellos papeles recios, con una presentación sobria, en azules y blancos, llenos y llenos de números. Imagino que entonces, todavía no existía ni el teletexto, saldrían publicadas de un día para otro y los que tuvieran acciones -o bonos como se decía entonces- harían acopio de aquellos informes y seguirían la evolución de los distintos valores con la dedicación del amanuense. Mi abuelo guardaba todos aquellos papeles, montañas y montañas de aquellos papeles en los cajones del mueble del cuarto de estar. Abrías un cajón y encontrabas aquellos cartones rectangulares amontonados, sin ningún valor. Yo le pedía permiso a mi abuelo para jugar con ellos. Mi abuela me dejaba las tijeras que guardaba en la caja de la costura, unas tijeras enormes de metal que mi abuela utilizaba para cortar hilos cuando cosía. Recortaba aquellas impresiones efímeras y les deba forma de naves espaciales. Entonces veíamos V en la televisión y yo alquilaba una y otra vez el Imperio Contrataca en el videoclub del Corte Inglés. Los recortaba dándoles la forma de los cazas X-Wing y de los grandes destructores imperiales. Era más barato que comprar las figuras de Kenner. Simulaba la batalla final en la Estrella de la Muerte. No sabía qué era eso de simular. Todavía no sabía qué era un diorama. Pero estaba metido en la revuelta rebelde hasta las cejas.