Un ceremonial que, por repetido, no pierde su vigencia: sacar el LP de la funda, colocarlo sobre el tocadiscos y la aguja, hecha del material de los sueños, posada sobre los surcos. Comienza y me doy cuenta de que, al final, escucho siempre los mismos discos. Se acumulan los cds precintados junto a mi mesa, formando agresivas columnas a punto de derrumbarse; mi ordenador me advierte de que ya no le queda sitio en la memoria para tantos mp3´s, avi´s y jpg´s que ni siquiera recuerdo haber puesto allí. Ordeno cada día con cuidado mi vieja colección de números de la revista EFE, le quito el polvo con el cariño que le otorgas a lo que no volverá. Recuerdo noches larguísimas quedándome a ver películas hasta el final, grabándolas en ladrillos de vhs, quitándoles los anuncios, cuando solo había un puñado de cadenas. Miro las fotos que nos hicimos en Pirineos Sur el día que tocaron los Aterciopelados, las risas atrapadas en ámbar de polaroid en el Vicente Calderón, faltaba poco para que saliera Mick Jagger y empezaran con “Start me up”. Hay días que, incluso, busco con avidez en el buzón de correo esperando una carta tuya que nunca llegará. Como decía el gran Sergio Makaroff, solo facturas y comunicaciones bancarias, material de desecho. Hoy la información nos desborda, creemos cualquier memez colgada en la red, despreciamos los libros porque no están escritos en cristal líquido. Abrumado, recupero la sonrisa cuando me llega una invitación: los chicos de La Gaceta del Piamonte, el penúltimo fanzine en papel de esta era digital, organizan un concierto de bandas jóvenes en el Centro Cívico de la Universidad. Lo mismo que hacía yo hace una década. Lo mismo que espero que sigan haciendo otros dentro de diez años. Subo la persiana, miro la calle en la tarde eterna de la primavera y sigo esperando la vuelta de lo analógico.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 31 de Marzo de 2011