Mañana se presenta “Simpatía por el relato”, un volumen de cuentos en el que rockeros de toda España dejan las guitarras de lado y se dedican a darle a la tecla con la mejor de sus intenciones. Es este un fenómeno curioso, la fascinación que muchos músicos siente por el papel impreso, tratando de convertir su habilidad como compositores en poemas o narraciones. El caso de Leonard Cohen, uno de los más conocidos “poetas del rock” es diferente, puesto que ya era un consolidado escritor en antes de de grabar su primer LP. Otros intentos han resultado un poco más fallidos: los infumables poemarios de Jim Morrison, el cantante de The Doors, quien aseguraba que entre sus influencias estaban Arthur Rimbaud o William Blake pero que, a pesar de una serie de lecturas continuadas, uno no los encontraba en ninguna parte; o Bob Dylan, siempre en la lista apócrifa de candidatos al Nobel de literatura pero cuya única novela, la intoxicante “Tarántula” no es más de un popurrí poco acertado de surrealismo y escritura automática. Recientemente en los estantes de las librerías se puede encontrar la primera novela del tejano Micah P. Hinson o la última del brasileño Chico Buarque (cuya firma aparece en varios clásicos de la bossa nova). Supongo que resulta complejo mantener el pulso emocional si eliminas la melodía, aunque en Aragón algunos han sabido combinar ambas expresiones artísticas con resultados notables: Gabriel Sopeña (que además maneja todos los cruces posibles entre la palabra y la partitura), el desaparecido Sergio Algora, cuyos relatos fueron capaces de competir en importancia y calidad con las canciones que compuso al frente de La Costa Brava y los más jóvenes, como Antonio Romero desde Huesca, bajista de Domador y cuyo más reciente libro, “Tratado sobre la oscuridad”, está ilustrado por el también músico de Kiev cuando nieva, Javier Aquilué. Con toda esta contracultura digital y al final, los vicios de siempre.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón de 17 de Febrero de 2011