Estuve en la inauguración de la nueva exposición de Luis Díez el pasado martes en el Centro de Historia. Una obra mural efímera, hermosísima, de blancos y negros fundidos en el gris de la existencia. Luis Díez me fascina, su imaginario ha ido creciendo, fiel a sus orígenes y obsesiones, hasta alcanzar una paleta evocadora donde los mundos se cruzan: la ciudad, el cielo, el inframundo... Remitiéndonos a ese instante blanco que marca el tránsito entre la existencia y la no-existencia. Luis Díez es la cabeza visible de una nueva generación, dispuesta a devorar el hoy para construir un mañana salvaje y pleno, que bulle en su primera madurez. Una generación que se niega a encerrarse dentro de las limitadas fronteras de la región, que mira hacia fuera, sabiendo que es la única manera de crecer cualitativamente en el mundo del arte. En la pintura Leto y Javi Joven, en la fotografía Gustaff Choos -que además documentó todo el proceso de creación a través de maratonianas sesiones fotográficas- y Jorge Fuembuena, Óscar Vicente, cantante de Volador... Todos estuvieron el pasado martes en el Espacio Tránsito donde “Vida y Muerte”, un remedo casi postmoderno de la majestuosidad de Goya pasada por el filtro onírico del autor, vio por primera vez la luz. Luis Díez no se detiene y tras estrenarse como portadista del cantautor eléctrico Nacho Vegas, prepara para noviembre un nuevo proyecto, basado en el Moby Dick de Herman Melville. Cuando llegué a casa le quité el polvo ¾tenía mucho, demasiado, acumulado¾ al disco de Corcobado y Manta Ray, “Diminuto cielo”, del año 97, y lo estuve escuchando un rato. En aquellos tiempos pensábamos cambiar el mundo a base de ilustraciones en fanzines y poesía en las ondas piratas. Hoy hemos crecido, la vida es como una frágil embarcación, siempre al borde de la zozobra, donde la ilusión y la amistad nos mantienen a flote.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del jueves 8 de abril de 2010