Aguanto estoicamente las oleadas del estío zaragozano. Enciendo el ventilador y selecciono los cubitos de hielo más rugosos para prepararme un necesario granizado de café. Con este calor sé que no conciliaré el sueño hasta bien avanzada la noche y, como el despertador no atiende a temperaturas ni estaciones, cada mañana atrapar el 20 para ir a trabajar resulta una odisea. A veces voy tan dormido que mezclo las noticias reales con las extraídas de mi penúltimo sueño: en Cataluña los hombres grises han obtenido permiso para poder vigilar a los niños en el recreo, en un periódico de tirada nacional publican viñetas que tendrían cabida en un fanzine patrocinado por Goebbels —pero luego no encuentran pañales de su talla cuando aparecen las peladas barbas del Profeta—, el Dioni celebra veinte años desde su golpe mediático, arrastrando todavía su fama de fantoche de peluquín ridículo y de héroe progre como de canción de Sabina. Cuando una entidad financiera letona acepta tu alma inmortal como garantía de crédito, sé que estamos cada vez más cerca de utilizar las buenas intenciones como método para sanear la economía, Rajoy de lo suyo no sabe y no contesta, en la Muela el equipo de fútbol despacha números galácticos, y mi última esperanza política, UPyD, se desmiembra inexorablemente... Llego a casa y enciendo la luz —poco, que el recibo está por las nubes—, y la electricidad francesa, de fusión y uranio enriquecido, se ríe de todos nuestros cierres incontrolados y de nuestras placas solares de eficiencia sobradamente probada de cara a la galería. Búsquenme en alguna terraza junto al Ebro, viendo pasar los chalupa y preguntándome si no sería una buena idea instalar casinos sobre ellas. Tendré que mandar la propuesta a Larraz, a ver si me la aprueba. Mientras, canturreo una vieja canción de Nancy Sinatra y me pido un tinto de verano.
Columna aparecida el Miércoles 8 de Julio en el Heraldo de Aragón
Gracias a Jessica, Luis y JL...