Han vuelto, acosados como perros rabiosos, masticando las balas como el último alimento de un monstruo boqueante. La mancha de sangre se expande al otro lado de los Pirineos y Otegui, cansado de celda, saca a pasear el libro de familia. No es el momento de recordar el antiguo desdén francés, su actitud excesivamente comprensiva con las alimañas en los años ochenta, cuando todavía les otorgaban un barniz romántico de luchadores por la libertad, no cuando Sarkozy ha sido, como siempre, contundente y claro, prometiendo la erradicación completa de todas las bases de ETA en el país galo, además de asegurar la cadena perpetua real para los asesinos de policías y gendarmes. La obscenidad de Otegui (el “hombre de paz”, no hay que olvidarlo, en palabras del presidente Zapatero (, exigiendo su salida de prisión por los problemas psicológicos de su hija al ver a su padre en prisión, nos recuerda, una vez más, lo miserable de este personaje. Nunca he apoyado las voces que, tras algún atentado y en caliente, vociferan por la vuelta a la pena de muerte. Una sociedad madura y realmente democrática no puede permitirse estas veleidades propias de la caverna. Pero sí que hay que exigir el cumplimento íntegro de las penas, sin ningún tipo de reducción en ausencia de una declaración expresa se arrepentimiento y rechazo de los principios en los que se basa el terror. Hay que exigir también que no exista ningún resquicio que permita la presencia de ETA en los Ayuntamientos. No es tan complicado, sólo hay que condenar la violencia. Todo lo demás seguirán siendo paños calientes que estimulen los silbidos de la serpiente, los rumores que vuelven a oírse saliendo de las cloacas, que hablan de nuevas negociaciones. Un caramelo envenenado que la clase dirigente se afana por devorar, una y otra vez, con la estupidez habitual. ¿Volveremos a atragantarnos?
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 25 de Marzo de 2010
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 25 de Marzo de 2010