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viernes, 19 de agosto de 2011
Cuarta entrega de Bodega Tuyus: Fanzines y amor analógico
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Habemus papa
No podía faltar la referencia a Love of Lesbian en esta columna de verano, que todos los seguidores de John Boy habrán identificado (a pesar de la incorrección semántica de la traducción). Esta visita papal cuenta con la aquiescencia de las autoridades, que juegan un papel claro en la búsqueda de comodidades y prebendas para las huestes (y digo huestes, no hordas) de jóvenes católicos, Pero aquí cada uno es responsable de sus acciones y los que han aprobado y facilitado la presencia de la cabeza de la Iglesia han sido los mismos a los que votamos, delegándoles, no lo olvidemos, la opción de decidir este tipo de asuntos. No caigamos presos de un laicismo mal entendido, aquel que se basa en el acoso y derribo de todo lo que tenga que ver con lo apostólico y romano; una parte de la sociedad española (la misma que trata de hacer desaparecer la Navidad del calendario festivo o nos sacude con felicitaciones del Solsticio cuando el paganismo aflora) se siente molesta por el despilfarro. La guerra de cifras, habitual en estos meses de estío, siembra de dudas al lego: uno no termina de saber muy bien si la llegada de Benedicto XVI es como una Expo Universal comprimida en unas pocas jornadas o por el contrario arrasará con las escasas provisiones del erario público. La religión católica no es un buffet libre, no se puede elegir entre lo apetitoso o lo políticamente correcto, pero la libertad de credo implica un respeto y mientras no se demuestre lo contrario, los seguidores papales son tan respetables como los animistas o los musulmanes. Estudié en un colegio católico y abandoné la práctica hace muchos años. Mis únicas visitas a iglesias en estos últimos años son para bodas o visitas turístico-culturales (pocos funerales, gracias a Dios, con perdón, claro). No soy parte de la juventud mundial más que nada por cuestión de edad y siempre he sido más de Albert Camus que de Teilhard de Chardin. Pero a mí, que venga o no el Papa me da exactamente igual. Lo que tengo claro es que un puñado de católicos guitarra en mano no me molesta en absoluto.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 18 de agosto de 2011