Hay canciones de verano y canciones para un verano. De las primeras hemos podido escapar en mayor o menor medida estos últimos años y las segundas te atrapan para siempre: "El verano que estuviste en la playa/Y yo estaba solo en casa/sin saber lo que pasaba/y no me llamaste ni una sola vez". Así empezaba La playa, la canción que los Planetas grabaron en Nueva York en las Navidades del año 1997 y que luego sería uno de los singles del majestuoso LP "Una semana en el motor de un autobús", editado al año siguiente, como "El escarabajo más grande de Europa" de El Niño Gusano. Fue un buen año ese 1998, la verdad. Todavía recuerdo la cinta de cassette TDK de 60 minutos y el walkman que me acompañaba en el recorrido de la línea 20 desde casa de mis padres hasta la escuela de Ingenieros. La mítica línea 20 ha desaparecido devorada por el tranvía y el Actur ya no es el barrio alucinado y con un punto kafkiano del que hablaba Manuel Vilas en estas mismas columnas. También aquella canción, La Playa, se ha convertido en la banda sonora perfecta para recordar el final de los veranos de mi generación. Una historia de desamor postadolescente, de incomunicación en la era pre-internet, cuando la gente mandaba cartas y si te marchabas de viaje al extranjero utilizabas la llamada a cobro revertido desde una cabina. Si mis padres escuchaban "El final del verano" del Dúo Dinámico con la llegada de septiembre, yo acudo a Jota y sus chicos. El escritor y ensayista Eloy Fernández Porta defiende que se considere a los Planetas como un referente de la cultura española a la altura de San Juan de la Cruz. No sé si es cuestión de echar carreras para ver quién sale en más páginas de la Rolling Stone, pero está claro que la vida sería mucho peor sin los discos de los Planetas. Les dejo, aunque a todo el mundo le cuento que estoy estudiando exámenes, en realidad me dedico a defender a Ben Affleck como Batman en los foros de la red. Todos tenemos una personalidad secreta. Hay que ser flexibles.