En estas últimas semanas he vuelto a uno de mis autores de cabecera, Francisco Casavella. El último maldito, el barcelonés errante, dotado de una pluma superlativa que le hizo entregar obras magníficas como “Un enano español se suicida en Las Vegas” o mi favorita: "Quédate", donde retoma un imaginario barcelonés que lo entronca con otros grandes creadores: el Turó Park, el Barrio chino o los punk rockers enamorados que escuchan a los Clash. Casavella, como Loquillo o el autor del Makinavaja, el desaparecido Ivá, habla de una Barcelona cosmopolita, pero también de barrio y memoria, perfectamente emparentada con el resto de España por esas redes subterráneas de sangre, charnegos y equipos de fútbol. Ninguno parecía sufrir en sus carnes el hastío españolista y salvo apostátas de la rumba de última hora, es algo que parece común en la obra de los artistas catalanes. Y es que partiendo de que cualquier conflicto territorial, desde Gibraltar a la inmolación euskaldun que trae la desaparición del equipo ciclista Euskaltel, tiene carácter de cortina de humo, la idea de unos hijos de España orgullosos de su patria parece una distopía en el presente, una contradicción andante donde el independentismo, con su carácter cainista, es lo más español que queda en la piel de toro. Es una sensación de amancebamiento entre regiones, caduca y llena de alcanfor, la que nos llega a los españoles: nos roban, les roban, miles de informes firmados por universidades de siglas repetidas, públicas y privadas, economistas mediáticos que demuestran una cosa y la contraria con solo cambiar de canal o de periódico y sobre todo "profesionales de reconocido prestigio" que emiten juicios contradictorios sobre la viabilidad histórica y política del proceso secesionista. La contradicción llega hasta mí: zaragozano, aragonés, español, que ya no sé decidir si el problema es suyo, si lo es mío o si en realidad es un problema. Entristecido, preocupado por la mayoría callada y el miedo que alimenta su silencio, lo único inamovible, y te lo digo muy claro, Oriol, si al final nos separamos, para ti Piqué y Carles Pujol y para mí los Gasol. Eso sí que es innegociable.
Columna publicada en el Heraldo de Aragón del jueves 26 de septiembre de 2013