A veces las únicas cuestas que valen
son las que no puedes dejar de subir. En la ciudad había hambre de
cerdo y lágrimas de alquitrán. A. no quiere estar desnuda frente a
la ventana que da al abismo y yo sigo ahogado por la adicción mal
curada. Javier y Antxon, como dos gemelos de Kollwitz envían
señales desde el pasado. No hay abonos para las vistas que se han
perdido. Compro en la tienda del museo un pequeño monográfico
sobre los tebeos en la España de la Transición. A veces extraño
volver a tener entre mis manos el primer número del Víbora o el
especial que publicó el Jueves unos días después del golpe de
estado del 23F. Los tebeos eran de mi tío Rafa y mi abuela los
guardaba -más bien los ocultaba- en el armario de la plancha. Había
historietas de terror eróticas. A las vampiresas se les veían las
tetas, pero nada más. Tetas y tetas. Eso sí que me interesaba.
Cuando llego a Anarcoma doy un paso atrás. Demasiadas historias
confusas.
Hambre de cerdo y vino en las
comisuras. Le cuento a A. que leía Viaje a la Alcarria las tardes
de los viernes en clase de plástica. Tenía voz de rapsoda y poca
mano para las fiestas. En los cuadros hay estornudos de Saura que
amenazan con desnudar a mi mujer. Pienso en el cuello arrugado, el
cuello de gallina de Brigitte Bardot, pienso en Enrique dominando con
mano dura Sol de España. Pienso en Francisco Umbral trasegando coñac
con Raúl Cimas mientras hacen tiempo para el concierto de Esplendor
Geométrico.
Tumbado en la cama del hotel veo
Cementerio Viviente en la televisión de plasma. No hay subtítulos,
pero la muerte siempre sabe encontrar su lugar hasta el cerebelo. Me
da vergüenza estar viendo esta película en Cuenca, me da vergüenza
no buscar un escondite donde fumar cigarrillos de anís. Por la
ventana se dibuja una garganta que no es la mía, un rescate en
helicóptero, el goteo del agua dulce, la mentira romana, el queso
curado.
Saltar y quedarse colgado. Amar y no
dejar nada colgado. Besar tus lóbulos y disfrutar del espectáculo
colgante.