viernes, 7 de octubre de 2011

Ana acaba de marcharse. Hemos llorado juntos. Hemos llorado porque cuando la conocí Félix me dijo: "no dejes escapar a esta chica o serás desgraciado el resto de tu vida.". Reviso sus sms en el móvil, frases escuetas donde atrapar los recuerdos y el cariño. Había tenido mi primera reunión con padres y estaba muy cansado, pero me acerqué a la presentación en Portadores de Sueños. Félix estaba fuera, hacía mucho calor porque la librería estaba llena, ¿y si nos vamos a tomar una cerveza? A unos pocos metros, en el garito medio salsero de la calle Blancas. Me preguntó por el instituto, le dije que pronto me iría a vivir con Ana, comentamos las distintas posibilidades para el apartamento, "Mejor Sagasta que Doctor Cerrada, no lo dudes". El viernes pincho con vinilos en el Poeta Eléctrico, no puedo, tengo que ir a una mesa redonda en Ejea. Hablamos a la vuelta y quedamos a comer. No puedo dejar de llorar, amigo, no puedo. Solo pienso una y otra vez en que nunca pudiste subirte al escenario con los Experimentos in da notte, como me habías dicho: "ya me invitarás alguna vez". Pienso en ti, en Lina, en Pepe, en Daniel y Aloma, en Miguel, en Santi, en Jose y en Antón. Pienso que ya no habrá más Estación del Silencio donde me regalaste Amarillo recién salido de imprenta, ni cumpleaños con retraso en la Plaza San Francisco, singles de Enola Gay y Police (porque el Sangre Española me lo había regalado Mena), ni ginebras y cafés con hielo en las terrazas de Corona de Aragón. No puedo dejar de llorar, amigo. Te quiero mucho, tío. Mucho.

eseña de La Chica del Club de La Banda L´ambar (Autoeditado, 2011)



Por fin ve la luz la primera grabación de uno de los mejores combos en directo que se han podido ver últimamente sobre las tablas aragonesas. Liderados por la voz sobrada del contundente Rafael Sanemeterio, La chica del club es una colección de temas donde el calor del blues se enrosca a través de un saxo sabroso con los lugares clásicos de la música de raíces, boogie, rockandroll y macarreo en grandes cantidades. Temas como Ella nos devuelven a los Mas Birras más lúdicos, escuchando La chica del club no podemos obviar la influencia de los Burning, aunque el juego de las voces le da siempre un extra a los arreglos, que se mueven entre solistas de regusto clásico y ritmos básicos pero muy efectivos, canciones engrasadas a base de distintos licores, desde los fermentados a los destilados, para volver a los Rebeldes de la mejor época, por ejemplo en Sin miedo. Temas para ser tocados en directo, al ritmo trepidante de los botellines sobre los parches, mientras una armónica magnífica se eleva para sorpresa de todos. El momento espacial (porque lo de marciano ya lo dice el título) es el delirante Marcianos en Casetas, una jugosa jam de salvajismo. Aunque si hay un tema que destaca sobre los demás, ese es La última chica de la ciudad, donde la voz de Clara Téllez hace su aparición en un magnífico medio tiempo con sabor a bares cerrados y últimas oportunidades. Una tonelada tras otra, hasta sumar dieciséis.

Reseña de Hacia lo salvaje de Amaral (autoeditado, 2011)



El primer single, Hacia lo salvaje, juega con el tono profético que acompaña a las mejores composiciones mercuriales de la banda aragonesa, aquellas que hablan de la lluvia pesada que ácida está a punto de caer sobre nuestros hombros. Las guitarras guturales con las que se abre Antártida, fermentando electricidad, son de lo mejor del disco, amasando un muro de espejos acompasado con una de las mejores y más inquietantes letras del disco. Imaginad al vampiro John Cale, tambaleándose sobre los reflejos del hielo mientras trata de recordar la línea de bajo y haced caso a Amaral, id hacia la luz. Acústicas gruesas para Si las calles pudieran hablar, un tema que comienza mirando a los ojos al Dylan converso para terminar recordándote aquel verso "si la ves dile que me acuerdo cada día de ella". Una de las mejores frases del disco está dentro de este tema: "el enigma de un árbol caído en completa soledad". La trepidante Esperando un resplandor sufre el lastre de un texto demasiado plano, algo semejante al demasiado manido ideario del Robin Hood moderno. Tras este breve bache vuelven los mejores Amaral, aquellos que creaban estampas breves de cotidianidad, desde Buenos Aires al Sacromonte, en la magnífica Riazor, una de esas canciones compuestas para poder vivir dentro de ella para siempre. El alimento del recuerdo como combustible para el mañana. El fraseo de Eva emociona una vez más. El comienzo eterno de Montaña Rusa y los teclados surgidos del bosque donde sigue viviendo Robert Smith, la canción amaga el arreglo perfecto y vuelve a mostrarnos un resplandor confesional. La coheniana Olvido funciona a nivel de salmodia y remanso. Cuando una canción de Amaral tiene las guitarras de Cuando suba la marea uno sabe que las cosas siguen funcionando, como una cajita de música abierta a los ojos del mundo, lo sencillo culmina con uno de esos estribillos redondos marca de la casa. Las punzantes seis cuerdas de Como un martillo en la pared vuelven a ser el compañero ideal para uno de las mejores letras del disco, épica sin resultar excesiva, perfecto puzzle entre melodía y palabras. El cierre del disco con la fuerza de Hoy es el principio del final, perfecta para corearse en directo y el bis con Van como locos, a través de las líneas magnéticas de la Tierra, una guía para masticar el mañana.




Este nuevo disco de Amaral, pulido hasta el último detalle en arreglos y grabación, es, como en toda la trayectoria de la banda zaragozana, un disco notable. Algunos textos que manejan en exceso los lugares comunes y la falta de esa chispa de cercanía de otras ocasiones, quizá arrastrada por el tono épico de la instrumentación, sería la única pega para este Hacia lo salvaje.