miércoles, 20 de agosto de 2014

El tío Toni

El día que murió el tío Toni yo rendía pleitesía a la memoria de Jacques Brel recorriendo las calles de Bruselas. El tío Toni siempre llevaba gafas oscuras y un elegante pañuelo se asomaba de su traje color claro. El tío Toni haciendo palmas en Cannes a finales de los sesenta. Me gusta la rumba porque tiene algo de incendio analógico. El tío Toni era palmero de Peret. Del Peret de antes de la Olimpiada y el peluquín, del Peret de antes de la Iglesia evangélica de Filadelfia (hasta para eso tienen groove). Del Peret anterior a todo, hasta el independentismo. Mi amigo Miqui, que de Cataluña lo sabe todo, lleva años diciéndome que la culpa de todo la tenía Pujol. Pujol y sus autopistas, Pujol y sus mordidas, el Pujol mesiánico que aparecía en un concierto de Los Chunguitos para captar el voto charnego en los noventa. Me imagino a William Burroughs y a Paul Bowles intoxicándose de majoun en Tánger a la vez que el padre de Jordi Pujol se dedicaba al estraperlo con cajas de zapatos llenas de billetes usados. Un visionario sin pelos en la lengua, mi amigo Miqui. Estaba en Bruselas y venía de Lieja. De Valonia a Flandes en menos de una hora de tren. Si tuviéramos más líneas de cercanías no haría falta vertebrar el territorio. Me había comprado una biografía de Eddy Merckx en una librería de segunda mano. La biografía de Merckx terminaba en el año 1967. La biografía de un ciclista prometedor. Solamente eso. Antes de Ocaña. Ocaña quiso ser español y no le dejaron. Merckx, de origen flamenco, se casó joven e hizo sus votos en francés. Eso no le gustó a todo el mundo.


 Jacques Brel, que era belga en Francia (como Picasso y como Ocaña, otra vez Ocaña) cantaba en una de sus canciones: Vive la république/Vive les Belgiens/Merde pour les flamingants. Se me ocurren varias maneras de traducirlo, pero estoy seguro de que ninguna os iba a gustar. Cuando llegábamos al aeropuerto de Zaragoza el cielo estaba despejado y desde arriba la ciudad parecía la maqueta de un Dios caprichoso que en su próximo cumpleaños va pedir una nueva línea de metro como regalo. Al bajar las escaleras del avión quise hacer un poco el payaso y casi me caigo haciendo el amago de besar el suelo de la pista. Debía estar mareado por la presión variante del vuelo. Está claro que hay que andarse con cuidado antes de realizar manifestaciones de cariño hacia la tierra de uno.


Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 12 de agosto de 2014