El comienzo del LP es absolutamente
abrumador: electricidad, guitarras acústicas y unos buenos órganos
para sustentar el fraseo típico del Loco sobre un tema de lo
cotidiano, de la clase media al borde de la marginalidad intelectual,
un tema La nave de los locos, que se emparenta con Sol, el tema que
Sabino Méndez (compositor de todos los temas de este disco) había
entregado para Balmoral, la penúltima incursión discográfica de
Loquillo. Loquillo, acompañado de aliados como Igor Paskual y Josu
García en las guitarras y Santi Comet en pianos, juega con la
chulería y la garganta pulida para escarbar en referencias adultas
como en Contento, contemplativo, reflexivo y con un punto de pop
directo (¿son unas palmadas lo que se escucha?) en Muñecas rusas.
Un Loquillo lascivo y susurrante en Paseo solo, Loquillo saliendo del
pantano con las botas sucias de barro milenario en Mi bella ayudante
en mallas (y dejando claro que todavía falta un trecho para que
Nacho Vegas sea el jefe de la cocina del infierno), Loquillo jugando
a los satélites del amor en Luna sobre Montjuic, Loquillo junto a
Mikel Erentxun para una bucólica Canción de despedida.... Loquillo,
clásico y moderno, de negro como la pez que nos salva de las grietas
por las que se nos escapa la vida.
Jaime Stinus consigue una producción
mucho más acertada que la de Su nombre era el de todas las mujeres
(fallida en su concepción, demasiado ampulosa y artificial), dando
su espacio a las guitarras acústicas, que dan un toque maduro al
disco, un disco bien cerrado, tanto en la ejecución instrumental
como en la vocal, con pocos peros (uno esperaba mucho más de las
canciones del histórico Sabino Méndez, que no alcanza la matrícula
de honor habitual en las presencias de la pluma de Gabriel Sopeña) y
un atrevimiento muy por encima de las producciones de rock en España.
Seguimos en el camino.
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