Interino 16: El silencio de la primera vez
Mi primer alumno muerto se llamaba V. y era medio brasileño. Se
sentaba en primera fila y siempre sonreía. El instituto era bastante
duro, en un barrio obrero en la capital y me había tocado la peor
clase. Todos los que alguna vez han dado matemáticas saben que las
de cuarto de ESO opción A y el primero de bachillerato de ciencias
sociales acumulan jóvenes aburridos, promedios desorientados y algún
pasado que recicla su tiempo en jodienda puntual. Primero de
bachillerato y alguno me tocaba palmas, otro era un mito en los
videojuegos online y pasaba la mayor parte del tiempo dormitando en
clase. No había manera de rendir si te habías acostado la noche
anterior en esa horquilla imprecisa que va de las cuatro a las cinco.
En realidad yo también lo hacía. Para un año en el que no había
que conducir nadie iba a detener mis últimias capacidades creativas.
Había sustituido la gasolina de las siete y media en la rueda por el
vodka con zumo de naranja. Había un imbécil que se sentaba en la
última fila y se abanicaba con una hoja de papel arrancada del
cuaderno. Uno puede aguantarlo todo en una clase excepto el numerito
de la papiroflexia folklórica. Era el segundo día de clase y yo
tenía un poco de resaca. Me acerqué a él, coloqué las manos sobre
el pupitre y jugué en el límite del espacio de confort personal.
¿Puedes dejar eso? ¿Por qué? Porque lo digo yo. No te metas con
él, me dijo la jefa de estudios. No viene mucho por el instituto,
trabaja y espera que lo aprobemos solo por eso. Héroes de clase
obrera de saldo. Esa es mi especialidad. V. era un buen chico,
hasta estaba matriculado en Religión. Era de los que salvaba aquella
clase árida dedicada a las integrales y las matemáticas
financieras. Era tutor de segundo de la ESO y el padre de uno de mis
alumnos acostumbraba a venir por sorpresa al instituto impregnado en
coñac. Yo aguantaba el tipo y lo subía a jefatura de estudios.
Rezaba por adelantar las horas y poder salir a fumar al parquecillo
que rodeaba el instituto. El parque tenía nombre de grupo de rock de
los ochenta. Nunca me han sabido tan bien los marlboro light. A
V. lo encontraron muerto después de casi un mes desaparecido.
Después de un cotillón de Nochevieja en la zona de la Exposición
Universal se había encaminado a su casa y nunca llegó. Casi al
final del curso entré un día en clase y el cachondeo era épico.
Habían encontrado en internet vídeos de actuaciones de la banda en
garitos de la ciudad. Habían recortado cartones a modo de pancarta e
incluso algunos habían improvisado sobre sus camisetas mensajes de
amor apasionado hacia la banda. Escuché sus risas unos minutos y
luego seguimos hacia delante. Todavía quedaban un buen montón de
distribuciones de probabilidad por ver. Sus amigos colgaron de
twitter fotos de V. antes de la fiesta. Era un chico alto y
musculoso, con una sonrisa blanquísima y la tez oscura, casi mulato.
Iba elegante con aquel traje. Había empezado a estudiar económicas
o empresariales, no me acuerdo. La policía le echó el alto bastante
lejos de su barrio. Iba bastante bebido después de una noche de
barra libre. Después de aquel encuentro nadie volvió a verlo vivo.
Explica a cuarenta adolescentes desatados que el profesor de
matemáticas recita sus poemas en escenarios como si no hubiera un
mañana. Se tumbó a dormitar en un aparte del camino, bajo un
puente, en la noche heladora del primero del año, con una americana
fina a modo de almohada. Cada vez que me como las uvas y beso a mis
padres y a mi hermana trato de no pensar cómo se me atragantarán el
día que alguno falte. Desde que murió mi primer alumno miro a los
jóvenes sin envidia alguna con sus pelos en pico y sus labios muy
pintados camino de sus cotillones. Cuando encontraron muerto a V. yo estaba en otro instituto, en otro barrio y solo recordaba que me
había hecho aquella clase, aquel año más fácil. Cuando sus amigos
colgaron las fotos de twitter acabé llegando a su perfil. Allí
encontré unos cuantos tweets intercambiados con sus compañeros de
pupitre. Había subido una foto de mi banda y abajo escribía: "¿Os
acordáis el día que encontramos esto? Jajaja". Lo siento
mucho, chaval.
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