Hace unos días se aprobó la nueva Ley de Educación, la polémica LOMCE. Aunque utilizar “polémica” para referirse a una ley de educación en este país casi parece un epíteto (¿Quién puede olvidar los bachilleratos experimentales de la LOGSE? ) La necesidad de una reforma en el sistema educativo español era evidente, imprescindible, pero la realidad nos ha vuelto a traer (una vez más) lo más fallido del gobierno del PP: las medias tintas, el autoritarismo y esa decepción perenne que los que confiamos en el espíritu regenerador del Gobierno de Rajoy arrastramos desde hace tiempo. La “singularidad regional”, manera encubierta de referirse a las aspiraciones secesionistas, ha provocado en estos años de democracia una sensación de reino de Taifas donde se alimenta el rechazo hacia la idea de España no por un deseo de asegurar la supervivencia de lo propio sino como herramienta para una parte de la clase política para adoctrinar y favorecer la perpetuidad en el poder. Pero este deseo de la LOMCE se quedará en agua de borrajas, una vez más, porque no hay voluntad real de cumplimiento, solo actos de cara a la galería, algunos tan ridículos como esta “españolización” bajo subvención privada, tan ridícula que duele. Acobardados y sin capacidad para asegurar el cumplimiento de la Ley (con mayúsculas), buscar soluciones de Pepe Gotera y Otilio, de nuevo rico, me parece un absurdo. Tanto como incluir la Religión Católica como asignatura evaluable dentro del currículo. La religión, asignatura que los gobiernos socialistas mantuvieron contra viento y marea dentro de los centros públicos con el silencio de muchos de los que ahora se llevan las manos a la cabeza, es una deuda que nunca se pagará del todo. Respeto mi tradición cristiana y occidental y no pienso renunciar a ella pero me parece una decisión completamente errónea y cuya aplicación sería delirante en cualquiera de los países avanzados en educación que con tanto boato se nombran en la exposición de motivos inicial de la LOMCE. La educación en España me ha recordado siempre a una tubería con las juntas estropeadas, con agujeros por donde escapa el agua: para que el caudal llegue de un lado a otro no debemos ni bombear una cantidad exagerada (recursos desorbitados que no se aprovechan de manera adecuada) ni cerrar el grifo por miedo a que una parte se pierda. Llevamos años, décadas, esperando que alguien se atreva a arreglar la tubería, esperando, en realidad, que alguien se dé cuenta de que los fontaneros están más cerca de lo que parece: en las aulas. Maestros y profesores, gente con experiencia, que cree en lo que hace, alejados de dogmatismos, sectarismos y poltronas. Los hay, se lo prometo, Ministro, los hay porque los veo cada mañana.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del jueves 23 de mayo de 2013
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