viernes, 19 de octubre de 2012

España


España se desmenuza, su tierra roja y gualda es un terrón humedecido que se deshace entre nuestros dedos. Contra el separatismo y la bilateral, de lo asimétrico y diferencial, yo que abandoné el forofismo patrio desde el gol de Iniesta y el engorilamiento posterior, me sigo emocionando cuando suena el himno. ¿Es España importante? ¿Y los españoles? Los que pitan en las rotondas y aceleran por el mero hecho de instrumentalizar emocionalmente la velocidad, los que cobran en negro y se jactan de hacerlo, los que protestan desde el salón y la red, los que olvidan su pasado, asfixian su presente y niegan su futuro. Españoles aficionados al desprecio sistemático, tramposos, indeseables, poetas y rockeros, investigadores sin beca, docentes de saldo. Españoles, católicos, forales, reaccionarios, republicanos con monarca, exterminadores de la Navidad, palmeros del ERE, devoradores de playa y butifarra. España acomplejada por años de apatía y resentimiento, por la inanición culpable de un sentimiento trasnochado pero que parece postmoderno cuando lo enarbolan los periféricos. Ministro, la españolidad no se transmite por ósmosis, ni se impone, no se compra...es parte del tejido de los sueños, de la filia por la historia, del amor por el suelo que uno pisa. En este debate estéril, pronto no habrá España para tanto parado. ¿Es este el final del país? Decadencia, aburrimiento, España repleta de mediáticos agoreros, de políticos de provincias embaucadores, de peseteros hambrientos de cortinas de humo en esta resaca de la especulación. España y sus naciones, España cabeceando en el último asiento de un autobús, un viaje larguísimo, de mil horas, hacia la nada donde nadie espera. No creo que veas la luz en la estación que se avecina.  

Columna publicada el jueves 18 de octubre de 2012 en el Heraldo de Aragón

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