Gracias a Daniel Gascón y Enrique Cebrián
Uno de los mejores recuerdos que guardo de mi infancia es ir con mi padre a la Romareda y parapetados tras una tonelada de pipas contemplar las evoluciones de aquel Real Zaragoza de finales de los ochenta. General de pie, rodeado de tipos peculiares (impagable aquel abonado que pasase lo que pasase, le echaba la culpa de todo al “hijoputadehiguera” -pobre “Paquete” Higuera-) y seguidores históricos de los años de los "zaraguayos". Yo vi jugar al “Pato” Yánez, al “Toro” Crespín, a la saga de los Tejero, al gran Pascual Sanz, que nunca dio el salto cualitativo que su calidad técnica prometía…a Villarroya como un Víctor Muñoz 2.0 (en esa posición indefinible que era el “pulmón” del equipo). Yo estuve con Antic y Luis Costa, con Villanova, el "Roy Orbison" del banquillo zaragocista. Pero hoy los clubes de fútbol en España deben más de setecientos cincuenta millones de euros al erario público, dinero que si pudiera juntarse con el valor actual de las reservas de oro que nuestro anterior presidente saldó, aplacaría momentáneamente la ira europea. Fútbol todos los días, como en un bucle infinito que confunde competiciones, héroes del balompié, divinidades de colección de cromos y directivos con maneras de especuladores. El afecto emocional a los clubes y la identificación sentimental con los recuerdos de toda una vida unida al balón no puede cegarnos. No se lancen sobre mí, amigos futboleros, pero alguien tiene orientar el foco hacia los campos y los despachos. Los años dorados de los equipos griegos, italianos y españoles, abanderados del gasto superfluo, del pago en "mortadelos", son los polvos del lodazal donde nos encontramos ahora. Gustavo Poyet que estás en los cielos, seguiremos rezándote pero, por favor, se acerca la prórroga y estamos con uno menos.
Uno de los mejores recuerdos que guardo de mi infancia es ir con mi padre a la Romareda y parapetados tras una tonelada de pipas contemplar las evoluciones de aquel Real Zaragoza de finales de los ochenta. General de pie, rodeado de tipos peculiares (impagable aquel abonado que pasase lo que pasase, le echaba la culpa de todo al “hijoputadehiguera” -pobre “Paquete” Higuera-) y seguidores históricos de los años de los "zaraguayos". Yo vi jugar al “Pato” Yánez, al “Toro” Crespín, a la saga de los Tejero, al gran Pascual Sanz, que nunca dio el salto cualitativo que su calidad técnica prometía…a Villarroya como un Víctor Muñoz 2.0 (en esa posición indefinible que era el “pulmón” del equipo). Yo estuve con Antic y Luis Costa, con Villanova, el "Roy Orbison" del banquillo zaragocista. Pero hoy los clubes de fútbol en España deben más de setecientos cincuenta millones de euros al erario público, dinero que si pudiera juntarse con el valor actual de las reservas de oro que nuestro anterior presidente saldó, aplacaría momentáneamente la ira europea. Fútbol todos los días, como en un bucle infinito que confunde competiciones, héroes del balompié, divinidades de colección de cromos y directivos con maneras de especuladores. El afecto emocional a los clubes y la identificación sentimental con los recuerdos de toda una vida unida al balón no puede cegarnos. No se lancen sobre mí, amigos futboleros, pero alguien tiene orientar el foco hacia los campos y los despachos. Los años dorados de los equipos griegos, italianos y españoles, abanderados del gasto superfluo, del pago en "mortadelos", son los polvos del lodazal donde nos encontramos ahora. Gustavo Poyet que estás en los cielos, seguiremos rezándote pero, por favor, se acerca la prórroga y estamos con uno menos.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del jueves 15 de marzo de 2012
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