Tomando el título de un poema magnífico de Luis Alberto de Cuenca hoy toca hablar, como no podía ser de otro modo, del que pronto será conocido como "affaire" Urdangarín, el segundo yerno fallido de nuestro monarca. Conforme se acumulan las noticias uno se pregunta qué es lo que ha fallado, ¿quién eligió a los maridos de las infantas?, ¿por qué Jaime Peñafiel no tuvo voz ni voto en las decisiones? Una lacra habitual en España, el más preparado -en este caso el periodista y tertuliano- no es el designado para el puesto. En realidad, ¿por qué no se casó Peñafiel con una de las dos infantas, o mejor, por qué no se convirtió en Princesa de Asturias? Mejor nos hubiera ido. Apartando por un momento las bromas, el cariz de los acontecimientos, con el entramado corrupto de sellos falsos de la Casa Real, incursiones en las redes bancarias de países exóticos, con un barniz que recuerda a las cañerías más profundas de la cultura del "pelotazo" hacen que nos planteemos hasta qué punto podemos basar nuestro sistema de altos cargos representativos en derechos adquiridos por nacimiento. Ha resultado difícil alinearse al lado de los republicanos en España estos últimos treinta años, sobre todo por el carácter de amasijo "frentepopulista" y pre-indignado con el que los que se proclamaban afines de la República salpican su discurso. Poco Azaña y demasiado Negrín, no sé si me explico. No hablo de una República mitificada a base de "pasionarias" y asimetrías con la que se alimentan los sueños lúbricos de la izquierda española, hablo de una organización donde los méritos, la formación y el patriotismo bien entendido primen, otorgando ese ansiado salto cualitativo que convierta a España, sea del color que sea su bandera, en un país moderno y estructurado.
Nota: Esta columna aparecere solo en este blog. Este jueves no habrá columna en el Heraldo de Aragón.
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