Alguien te dice muy serio, "sé de buena tinta que Enrique Bunbury era la ficha azul de la banda Parchís". Una auténtica leyenda urbana con denominación de origen aragonés. Herederas de los cantares de ciego, de las narraciones frente a una fogata, en esta sociedad que muta, rebosante de información no contrastada, nada mejor que un bulo para hacer nuestra existencia más apasionante. En los años noventa este tipo de historias incendiaban los oídos de los atribulados estudiantes del BUP y se mezclaban de manera arbitraria con argumentos de películas de terror de serie Z hasta completar un batiburrillo de folklore postmoderno que tuvo su momento álgido en el bulo del cantante latino, la confitura y el incidente canino. Con la llegada de Internet las leyendas urbanas alcanzan su cenit dentro del imaginario colectivo: los correos electrónicos masivos avisando de extrañas pandillas descontroladas con motivaciones paganas, hechizos cibernéticos que convertirán tu vida en un páramo plagado de enfermedades y desgracias si no realizas un reenvío o móviles explosivos en la vía pública practicando el terrorismo aleatorio. Tiempos dorados para los bulos y para una intrahistoria de tintes paranoicos que se alimentaba del boca a oreja virtual. Me gustan las leyendas urbanas, saber que si un autobús se hunde en el fondo de la Poza de San Lázaro puede conectar directamente con la boca del infierno, pensar que en el embalse de Carenas habita un monstruo marino antediluviano o creer que si realizas una búsqueda concienzuda entre una montaña de libros antiguos de un puesto del rastro puedes encontrar una de las pocas copias que quedan del Necronomicón. Quizá sea el material del que están hechas las pesadillas, pero, muchas veces, es mejor que el mundo real.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 1 de Julio de 2010
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 1 de Julio de 2010
Jaja, que cierto. Estoy recordando algunas de esas leyendas de aquel entonces, no tan sofisticadas como las de ahora. Cuando ibamos al cole cada dos por tres saltaba el bulo de que se había escapado un loco del manicomio de Alcañiz (hay manicomio allí?) y que ya lo habían visto en Oliete y en no sé donde, por lo que no tardaría en llegar a Ariño, mi pueblo... Qué tardes de invierno mirando por la montaña a ver si aparecía....
ResponderEliminarUn saludo!
me gusta que te guste la columna....
ResponderEliminarun saludo
o.