El autor conversará con Ignacio Martínez de Pisón el viernes 1 de abril a las 20h en Los portadores de sueños (C/Blancas, 4 - Zaragoza).
Una ilusión es un libro definitivo. Es
un libro de corazón abierto. Sin desbocarse, con la sutileza de
Ismael, con la paciencia del guiso. Quería llamar a este texto El
hombre tranquilo o también la Distancia breve, pero al final, lo
llamaré Yo confieso:
Estaba en Huesca con una ex-novia.
Periferias 2004. He contado mil veces la historia. Seguíamos con la
época de los fanzines. Leopoldo María Panero, vino, patatas y
mejillones. Yo no entendía nada. Víctor Coyote estuvo a punto de
pegarme en el camerino. Había estado viendo la exposición sobre el
Tránsito que había comisionado Ismael Grasa. Me pareció algo
increíble. Estoy seguro que lamenté no haber estado en aquella
época siendo un punk rocker enamorado viendo a los Mestizos. Ahora
lamento no volver a aquella época en la que entrevisté a Servando
Carballar en calzoncillos. Es bueno no conformarse con casi nada.
Siempre que pienso en Ramón Acín, en Huesca, me imagino una
conversación imposible entre Acín, Javier Aquilué e Ismael en La Zarza y no sé quién tendría mejor carcajada.
Unos años antes habíamos estado en
casa de Ismael y Eva. Yo iba a tener una novia distinta unos meses
más tarde. Un poco gracias a ellos. Comimos pasta y estaba muy
picante. El vino venía muy bien. La casa era muy luminosa y estaba
en una calle en la que nunca había estado. Ismael me regaló un
número del fanzine “La piel de la badana” y unos años después
los dos tomos de “La vida en un puño”, la biografía de Perico
Fernández que escribió Mariano Gistaín y José Antonio Ciria. Lo
he contado otras mil veces pero no siempre encuentro tiempo y ganas
para sentarme y darle a las teclas: en la portada de Flamingos, el
disco de Bunbury del año 2002 aparece el campeón del mundo animando
a Enrique, que lleva el calzón de Escriche. En ese disco magnífico
hay un tema San Cosme y San Damián. La letra dice: “como un verano
que pasó/ que empiezo a echar de menos
como una cucharada de sal /que se
disuelve en zigzag /en el mar” Bunbury hablaba de la muerte de su
hermano. En Una ilusión Ismael habla del viaje que hizo con
Félix Romeo a la ermita de San Cosme y San Samián, cerca de
Barbastro, en la Hoya de Huesca. Allí dos hermanos quedarán
atrapados para siempre entre “las anchas alamedas/los puertos de
ultramar,/las perseidas en el cielo
de la noche elemental/.Como una canción
de Bunbury, como en una canción de Berrio. Hay sangre que va más
allá de la sangre. Hay hermanos que van más allá de la carne y del
ADN.
Una noche de diciembre de 2008 Ismael y
yo íbamos en un coche descendiendo desde Monzón hasta Zaragoza. Era
un sábado o un viernes. Por aquella época tenía muchos asuntos
pendientes cada noche de fin de semana. Ismael había cumplido ya los
cuarenta años. Yo estrenaba con gusto los treinta. Pasamos por
Almudévar y hablamos de la trenza y de las discotecas de música
electrónica. Todas las historias que había oído de Ismael en China
retumbaban en mi cabeza. No me atreví a preguntarle nada. Así que
ahora que lo leo en Una ilusión me quedo más tranquilo. Busco en
internet e imagino que hicimos Almudévar, Gurrea de Gállego, Zuera
y Villanueva de Gállego. Según el mapa son 140 km de noche, hora y
media larga. Supongo que nunca he estado tan cerca de ser un
personaje de un cuento de Ismael como aquella noche.
Cuando Ismael presentó El jardín
llovía un poco. Parecía que había vuelto a escribir con
regularidad después de la muerte de Félix. Llegué a tiempo para
mojarme un poco, desde casa de mis padres, un autobús, dos
autobuses, tres autobuses. Detrás de Ismael había un estante con
sus libros antiguos. Compré De Madrid al cielo. Quería que me
dedicara El jardín a Ana y el de Madrid a Ana. Lo hizo al revés.
Acertó, como casi siempre. Sigo leyendo el libro porque el chico
flaco que sale en la fotografía se lo hubiera pasado muy bien con
Luis y conmigo en el limbo atemporal en el que ninguno hubiéramos
cumplido treinta años. Yo creo que ambos, Luis y yo, hubiéramos
sido buenos escuderos de aquel Ismael Grasa. Así que cada vez que lo
hacemos reír me emociono.
El 2 de diciembre de 2015 Ismael Grasa
caminaba por Ateca, observaba la fábrica de Hueso y el lugar donde
se encuentran el Manubles con el Jalón. En el libro hay un capítulo
en el que habla de balnearios. Algunos de ellos están muy cerca. El
que está en Alhama de Aragón. Nunca había pensado que podría
haber material para un mitómano en un balneario. Nada teniendo en
cuenta que a pocos kilómetros de Alhama está Carenas, el pueblo
donde nació Manolo Kabezabolo y a otros pocos kilómetros está
Jaraba, donde nació Santi Ric. En Jaraba también estuvo Ismael.
Diez años antes, en el 2005, escribí
un poema que se llamaba Ismael y Eva. Había una cita de esas que no
se esconden. Porque Ismael es poeta de cabecera de los que seguimos
buscando: “Esa ocasión en la que me iba arrimar a ti/y el resto de
las veces en que tampoco lo hice/y el considerar más adelante, sin
falsas sorpresas/que nunca hay cuerpos suficientes/que compensen/un
abrazo no dado en el momento”. Eva estaba en la biblioteca de
Ateca dando una charla. Hablaba de Ropa tendida, su primer libro de
relatos. En él hay un pasaje que me ha mantenido en vilo muchos
años. La protagonista tiene que ir a recoger las llaves de un piso
de protección oficial en un acto institucional y su novio se niega a
acompañarla. Está tan bien escrito que cuando mi suegra leyó el
libro coincidió conmigo en que esas páginas, las de esa historia,
tenían algo. Unos meses más tarde, unos años en realidad, Ismael
nos desvela que era él quien se quedó fuera.
Comienzo del año 2016: Rofolfo Notivol
y yo, con abrigos largos negros, paseamos una mañana de sábado por
el barrio de Las Fuentes, parecemos dos detectives furiosos esperando
que llegue la hora que la prudencia marca como disparadero para un
trago. Mientras tanto recorremos calles que nadie recuerda y acabamos
llegando al Silos. Rodolfo me cuenta que estudió allí. Me cuenta
muchas cosas. Seguimos buscando calles que hay que volver a
descubrir. Historias de incendios terribles y formaciones ridículas.
Me habla de un artículo que escribió Ismael de aquella zona. Unas
semanas más tarde me entero de que uno de mis alumnos más
problemáticos se ha marchado a Zaragoza con su madre y lo han
matriculado en el Silos La máquina devora. Voy a ver a mi madre. Mi
padre me cuenta que fue con un viejo amigo, maestro nacional como él,
a ver jugar a la selección juvenil aragonesa en el campo que había
detrás del Silos. Glaría-así se llamaba su amigo-lo convenció
diciéndole que había un chaval que jugaba fetén. Era Víctor
Muñoz. Yo vi con mi padre el último partido en activo del pulmón
aragonés: Promoción Zaragoza-Murcia, 90-91, 5-2. Lo recuerdo como
si fuera ayer. El comienzo del mito Poyet. Fuck da Maneiro. En el
libro habla de sus viajes en tren y en autobús con José Luis Cano
recorriendo los destinos de veraneo de los aragoneses. Artículos que
no sé dónde estarán. Seguramente no estará el que hablaba de las
Fuentes, porque Las Fuentes no es destino más que para un par de
sabuesos desbocados en busca de exorcismo.
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