miércoles, 23 de julio de 2014

Me gusta (1º Parte): Autos de choque de Rodolfo Notivol (Editorial Xordica)

Las generaciones se cruzan. Es un jardín de senderos bifurcados hasta la extenuación. Imagínate que hay tranvía y después no lo hay. Imagínate que después vuelve a aparecer. Trucos de magia, como Uri Geller en la televisión. Todas las cucharillas dobladas y ahora tenemos que comer con los dedos.

Me levantaba a las cuatro y media e iba caminando desde la zona de Bretón hasta la SAICA. Años más tarde daría clase a unas pocas calles de la fábrica de papel. Le daría clase a un chico que moriría años después, unos pocos años, pero entre medio se me habrían muerto demasiadas personas. Y la ciudad seguiría mutando, arriba y abajo, calles y más calles que cambian de nombre, como los bares a los que íbamos y ya no están y tú, tú tratas de explicarle a tu padre y también a algún sobrino de algún amigo dónde estaban los mejores garitos de la ciudad. Cámbiales el nombre pero las pinturas de guerra seguirán impregnando las paredes.
Me gusta Autos de Choque porque me imagino a mi padre y a mi tío en la calle Colón, al lado de una acequia, echando tierra en las tinajas de leche que se iban a repartir por la tarde. Malvados remedos de Zipi y Zape...e imagino la luz cegadora de la Romareda antes del mundial del 82 cuando Perico Fernández entrenaba con los Zaragüayos: dos carreras mal echadas después de una noche de cubatas, tabaco y chavales. Salas de fiesta, cubalibres de ron y ginebra con cocacola y en la gramola suenan, no sé, ¿Miguel Ríos? Sí, coño, Miguel Ríos.
Compraba tebeos en mil tiendas todas cerradas y miraba discos en Linacero y en Leyenda. Discos de Morrissey y las Novias, el Zona de Obras y soñaba con los trolebuses y sus líneas imaginarias que tenían parada en los indómitos rincones de Zaragoza. Cuando todo eso eran tierras, campo...cuando era campo y carbón y estaciones abandonadas y ahora es granito habitado por fantasmas e interinos que celebran la llegada del tranvía y la paz de los centros comerciales. Y la ciudad bella, bellísima, cada noche, sin aliento a tabaco, con las manos manchadas de linóleo. ¿podrías abrazarme?

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