Comíamos deprisa, a veces
todavía con la arena de la playa de los Capellanes pegada al cuerpo
y nos sentábamos en los sofás del bungalow de mis abuelos para
escapar del estío, para huir del calor en la alegría del instante,
en la sombra de la épica. Todavía podéis recordar aquellos
nombres, ¿verdad? Incluso repetirlos casi de memoria: Stephen Roche
y su botella de oxígeno en la cima de La Plagne, Lucho Herrera y
Fabio Parra, los holandeses de las grandes melenas, Rooks y
Thenuisse, el bravo Álvaro Pino, el joven Indurain, Cubino ganando
en Luz Ardiden, Marino Lejarreta, con la simpatía que siempre
arrastran los feos, Greg Lemond y Laurent Fignon, Sean Kelly, el rey
de las chapas...y claro, Perico, siempre Perico. Ha sido un Tour de
Francia curioso, demasiado previsible, pero todos terminamos
disfrutando. Los tiempos cambian no se puede hacer mucho al respecto:
intenta conseguir un KAS naranja bien frío en un garito de playa o
encontrar Reynolds entre la miriada de marcas de papel de aluminio
que hay en el mercado. Ya no hay cintas de cassette PDM o
encendedores ZOR, aunque si buscas puedes acabar encontrando algún
bar de barrio en el que te sirvan un cortado de una cafetera FAEMA -y
que para los más mitómanos era el acrónimo de "Faites
Attention, Eddy Merckx Arrive" (traducción: "Atención,
está llegando Eddy Merckx")-, que patrocinaba al "Caníbal"
belga en los años dorados de Gimondi, Ocaña y Poulidor. Llega el
domingo, el Parque de los Príncipes, y las historias del verano se
repiten: al principio de esta semana muchos nos acordamos de un
equipo ciclista de principio de los ochenta, una formación muy
pequeña, el "Hueso" de Ateca. Parece que, de vez, en
cuando, no hace falta ganar para lucir una sonrisa.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 20 de julio de 2013
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