lunes, 3 de junio de 2013

Sobre Todos los vampiros quieren ser estrellas del rock de Enrique Cebrián Zazurca (Feria del Libro de Zaragoza, 1 de junio de 2013

Este es un libro que tiene y ha tenido mejores comentaristas, críticos y presentadores que yo: comenzando por el propio Juan Luis –que hoy presenta también el libro y que es el autor del Prólogo– y continuando con David Gascón y Jessica Aliaga –que lo presentaron hace unos días en el Teatro Principal de Zaragoza– o con Rodolfo Notivol –que escribió una certera crítica en el “Artes & Letras” de Heraldo de Aragón– o César Prieto –que lo hizo en la revista EfeEme–.


Es, como veis, un libro muy reciente, que, sin embargo, ha cosechado ya numerosas atenciones y elogios. Y eso, claro está, no es por casualidad.


En este libro se habla de vampiros, se habla de zombis, se habla de las obsesiones de Octavio Gómez Milián. Del boxeo. De su amor por lo analógico: Octavio pertenece a la generación de los últimos mohicanos que pidieron (que pedimos) dinero a nuestros padres para fotocopias (o, al menos, esa era la versión oficial).

En este libro hay muchos libros, muchos estilos, muchas miradas.


Pero todo eso, siendo muy importante, es la corteza. Para encontrar el fondo del libro, debemos situarlo en unas coordenadas espacio-temporales, debemos hallar cuál es el tiempo y el lugar de este libro. Necesitamos, para ello, un GPS y una máquina del tiempo.


El GPS nos ayudará a encontrar el lugar, el escenario de la obra. El lector de Octavio Gómez sabe que hay un lugar privilegiado en su literatura, y que ese lugar es la ciudad de Zaragoza.

Existe una muy larga y fecunda tradición dedicada a hacer de Zaragoza un lugar y hasta un objeto literario, pero, dentro de esa línea, considero que Octavio está guiado por una trinidad que, de un modo u otro, lo acompaña en su tratamiento literario de Zaragoza. Esta trinidad estaría formada por Miguel Labordeta, Félix Romeo y Manuel Vilas.

Octavio ingresa por derecho propio en esta tradición creando su propio espacio: La Gota. Un lugar (o un no-lugar) que sirve para crear lazos de unión con su obra poética y que es una especie de versión asfixiante de Zaragoza, la versión 3.0 de la “zaragozana gusanera” de Miguel Labordeta.

Pero hay también una Zaragoza amable, la ciudad que tanto ama OGM, y que hoy, como en un juego de espejos, ya no se puede entender sin la figura de Octavio, porque Zaragoza también ama a Octavio. Es la Zaragoza de los bares, del amor y de los aperitivos al sol.

Aunque cuando Octavio habla de Zaragoza está hablando, al final, de cualquier ciudad, de todas las ciudades.


Pero, igual que nos hemos servido del GPS, la máquina del tiempo también podrá ayudarnos quizás.

Nos daremos cuenta así de que, en la literatura de Octavio Gómez Milián, el pasado, el futuro y el presente se confunden y habitan en las regiones del sueño.

Aquí están la herencia, los mitos familiares, los iconos del padre (Octavio tiene un poema bellísimo dedicado a su padre –y titulado sencillamente “Padre”– ante el que es más difícil decidir si es mejor hijo o mejor poeta).

El pasado histórico, el pasado de la ciudad, llega hasta hoy a través de Aníbal, un vampiro que vivió el primer Sitio de Zaragoza.

Y el futuro sobrevuela también el presente con un aroma apocalíptico, que no es sino la traducción que hace Octavio de un tema eterno en la literatura, como es el tema de la muerte.

En la obra de OGM, en realidad, el tiempo no existe, por lo que podemos convertirnos en luditas que destrozan esa máquina del tiempo o en pilotos suicidas que estampan el DeLorean de Regreso al futuro.

Pero nada es lo que parece, y ese tiempo que no existe pesa, en realidad, como una losa.


Todos los vampiros quieren ser estrellas del rock confirma a OGM como escritor. Al poeta se suma ya sin ninguna duda el narrador para confirmar que estamos –y no lo digo por esas barbas– ante un animal omnívoro de la literatura.

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