El lunes estuve en el Teatro Principal acompañando –en la distancia porque el hall del teatro estaba absolutamente lleno-, a Pepe Melero en la presentación de su libro Escritores y escrituras, la segunda parte de las columnas que el bibliófilo aragonés ha ido publicando semanalmente en las páginas del suplemento Artes&Letras. Me gusta ir a las presentaciones en el Teatro Principal porque tengo la sensación de respirar un aire antiguo, puramente zaragozano. Rafa Campos, su director, ha devuelto ese espacio a los aragoneses, con toda su solera y también con su cercana tradición. Jose Luis Melero –Pepe, para los amigos- me hace creer en Aragón, en su Aragón y en el mío, en nuestro Aragón sencillo e ilusionante, cerril cuando es necesario, que hace del contraste su identidad. Ese mismo Aragón que amaba Félix Romeo, al que todos recordamos la otra tarde y yo, que estaba al lado del escritor Daniel Gascón me acerqué un poco a él para tratar de estrechar el gran hueco que Félix había dejado). Me crucé con el señor Ramón Acín y le conté cómo la distancia del amor en esta región va de Monreal del Campo a Tamarite de Litera y él rió, como rió Ismael Grasa hablándome de un Andy Warhol caspolino mientras el rockero Rodolfo Notivol apuraba una cerveza. Hablé de adolescentes y del final de la inocencia con ese afable dandy zaragozano que es David Mayor. Los dos con los dedos manchados de tiza, antiguos punk-rockers enamorados siempre en busca de la canción perfecta. Volví a casa despacio, olvidando por un momento la crueldad de estos tiempos interinos de desazón generalizada. Hablo de memoria emocional, de los tesoros mínimos que nos da la vida, de la rutina como sustento. Hay cosas que merece la pena conservar, por las que uno debe luchar. Quizá debiera cambiar el título de esta columna. Me gusta más “Los amigos de Melero”.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del jueves 15 de noviembre de 2012
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